CITA POR DESAMOR EN UNA CABAÑA CON CHIMENEA
-Aquí vinimos a descansar Leopoldo, Usted con la muerte y yo al consumar mi venganza, le dice sin pasión la joven al elegante anciano sentado frente a ella. Él reconoce que su nueva conquista sería hermosa si no empuñara un 38, como militar retirado sabe de armas y ejecuciones y presiente lo irrevocable de esa sentencia pronunciada con firmeza y cansancio por los suaves labios de Amalia, que ahora se le antojan tan rojos como la sangre ajena.
Sospecha que quizás algún terco fantasma logró al fin darle alcance a través de ese laberinto de recuerdos que es su vida, más no se entregará sin luchar contra ese pretérito ser que insiste en señalarlo con un dedo de sombra que se alarga cruzando tiempos de revancha.
¿Cuál de tantos viene por él? ¿Quién le cobra la deuda del dolor desde los incesantes fuegos de esa chimenea, desde los rincones húmedos de esta cabaña donde Ella lo citó bajo el engaño de sus ojos de cielo? Se pregunta.
Pero no claudicará jamás ante esos difuntos inexorables, pudo desaparecerlos una vez y hoy lo hará de nuevo, decide con el pecho violento y crepitante como los leños que estallan en chispas frente a él. Intenta un movimiento sorpresivo, con agilidad inesperada golpea el brazo de la mujer, el revólver suelta su alarido de pólvora y el humo de su aliento, una bala solitaria surca el aire y el azar la adentra con velocidad de vértigo en el corazón del viejo.
No debe ser así, no puede irse sin comprenderlo, piensa Amalia, mientras llorando susurra al oído del cadáver el nombre de sus padres.
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