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NAVEGANTES INSOMNES


Qué tonto fue creer que estas ventanas cruzarían océanos, que estaba permitido pisar por las aceras con la chaqueta al hombro sin sentir el rugido voraz de las esquinas, que sería posible escribir un poema de espaldas a la Luna o bañarme contigo en una playa ficticia junto al Sena.

Y es que a veces el recuerdo se queda como un niño revolviendo en la casa y saca del armario la mágica ilusión que sobrevive, allí en mitad del mundo, donde andabas perdida en cualquier calle, cuando, así de repente, la lluvia era el pretexto que usaban tus botines para arrancarle risas a los charcos.

Pero nadie se ha ahogado dos veces con una misma lágrima, ni ha colgado de sus propios balcones los pañuelos manchados de sudores vencidos, ni volvieron las aves, ni están verdes las plazas donde rimaba siempre, caricia con sonrisa, donde al seguir tus pasos se escapaba la tarde y una ciudad nacía llena de libertad ante mis ojos.

Sin embargo, no hallamos la manera de atar el corazón a las espaldas, no alcanzamos, por más que procuramos, a izar las sogas recias de los embarcaderos, y sólo fuimos eso, testigos presenciales de gatas soñolientas, navegantes insomnes de barcos que no zarpan en busca de esa isla donde reptan los cuerpos y las lenguas se entregan a su oficio olvidado de babosa.

Y nos fuimos hundiendo mansamente, dejando que la niebla avasallara, que el invierno engullera esa luz empapada que cae por las vidrieras, que en el último instante un humo polvoriento dibujara en las nubes perfiles disecados.

Y aquí seguimos hoy, clavando codos, sin otra pretensión que la palabra, hablando del color destellante que amanece en los patios o de ese aroma ácido que dejan en octubre los membrillos.

3 comentarios:

José Pozo Madrid dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José Pozo Madrid dijo...
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José Pozo Madrid dijo...

Adredista, hay algo que quería comentarle con respecto a esta publicación. Me puede facilitar una dirección de correo. Gracias