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EL TIGRE


El tigre se muere, se muere en un rincón de la oficina, aunque después de un breve esfuerzo consigue alcanzar su silla rotatoria (sí, rotatoria como una noria), y contempla su foto de familia. Pero el tigre se muere, se muere con dos agujeros en los zapatos de marca donde se asoma una uña amarillenta, tan amarillenta como la foto de familia.
El tigre se muere ahorcado con una corbata deshilachada de color ya impreciso, pero monocolor, pues nunca le han gustado las rayas.
El tigre babea a lo largo de su despacho porque se ha caído de su silla rotatoria (sí, rotatoria como una noria). Y contempla su uña amarillenta y su foto amarillenta y recuerda su vida incolora, una vida sin rayas y un agujero donde no asoma ninguna uña porque en ese zapato solo se esconde un triste muñón.
El tigre se muere y se desanuda su corbata ajada que cae al suelo junto con parte de su inútil pelaje.
Sí, el tigre se muere, pero vuelve a recuperar su silla rotatoria (sí, rotatoria como una noria), y se da cuenta de que hace años que se inventa la fotografía porque ya no le quedan mujer ni hijos. Es la sinceridad de la muerte.
Y en ese momento aparece el tigre, sí el nuevo tigre, el tigre que lleva una fotografía bajo el brazo y una corbata a rayas que no combina para nada con su pelaje, juntamente con un traje color azul que tampoco combina con sus zapatos marrón. Y entonces deja escapar sus babas, y su estómago le recuerda que después de un cursillo de quince días no ha comido nada.
Y después del festín cae en la cuenta de que la silla es rotatoria, pero le molesta que el eje sea horizontal, porque… porque él quiere llegar a lo más alto y necesita una silla rotatoria (sí, rotatoria como una noria).

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