Amores difíciles

Conchi
Mi prima Macarena se casó con un muchacho llamado Alfredo. Desde el primer día que empezaron a vivir juntos las cosas no iban bien. Se gritaban mucho y terminaron tirándose cada día alguna cosa a la cabeza, una vez reproches, otra un plato, otra un vaso. Se estaban quedando sin vajilla. Menos mal que el friegaplatos lo tenían empotrado y no se lo podían tirar porque, si no, uno de los dos habría acabado mal. A mi prima no le gustaba el comportamiento de su marido.
–Alfredo, o cambias o me separo de ti –le dijo un día.
Alfredo creyó verle las orejas al lobo.
–Sí, voy a cambiar, Macarena, –prometía– pero tú también tendrás que cambiar en algunos aspectos.
–¿Como cuales?
–Por ejemplo, no me mandes lavar la ropa, porque yo no lavo la ropa.
–Perfecto, yo tampoco. Contrataremos a una persona que nos haga las cosas de la casa, los dos estamos trabajando y yo tampoco tengo ganas de llegar de la oficina y seguir trabajando en casa. Y cocinar, a medias, y la compra, a medias, y fregar, a medias, que a mí también me gusta sentarme en el sillón a ver la tele.
–Estoy de acuerdo, vale. Y ahora tráeme un vaso de agua –le pidió Alfredo, que estaba sentado en el sillón, como de costumbre, viendo la televisión.
–¡Vete a tomar por culo! –le gritó Macarena, harta de su comportamiento– Hasta aquí hemos llegado.
Se separaron y no hubo más discusiones ni platos rotos.
Con el tiempo, Macarena conoció a un chico, Pepe, empezaron a salir juntos y hoy son una pareja casi perfecta. Macarena terminó encontrando lo que soñaba y ha entregado a Pepe toda su vida. Y ha dejado de tirar platos.

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