La fuerza de la palabra

Laura y adredista 1
Habitación 215, estaba en la cama, triste. El médico le había contado al paciente, con palabras técnicas, algo que jamás entendería sobre su malestar. ¿Qué enfermedad sería esa? No tenía ningún dolor, la angustia que le habían producido las palabras del doctor era más fuerte que su dolencia. Llegué a la habitación 215 y llevaba en la mano la batea con los preparativos necesarios para una inyección intramuscular. Al verme vestida de enfermera y con el instrumental listo se asustó más de lo que ya estaba. Al menos eso me decía la expresión de su cara. Logré tranquilizarle un poco con las palabras oportunas. En los momentos previos al pinchazo, cuando frotaba su culete con alcohol, ya se reía al fin. Entonces recordé a mamá, que siempre me decía: “¿Qué haces para pinchar sin que duela?”
Al terminar con la inyección, y siguiendo mi costumbre, permanecí un ratito charlando con él. Logré aclararle sin mucho esfuerzo las palabras que tanto le habían asustado y salí de la habitación más convencida si cabe de lo que siempre supe: las palabras tranquilas de los sanitarios producen más salud que las medicinas.

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