Milagros

Rosa
¿De qué me protege el cielo? ¿Dónde está el peligro? Salgo a la calle sentada en mi silla de ruedas y ¿qué veo? Lo que ven mis ojos es gente que camina, coches voraces, los niños jugando a la pelota. Ante el espectáculo, me tendrían que entrar ganas de ponerme de pie y correr, pero ya ni recuerdo cuándo me atrevía a hacerlo, cuándo mis piernas me sostenían y caminaba. Los que pasan ante mí y me miran ni se pueden imaginar que un día yo jugaba a la pelota como ellos y corría como ellos en busca de mi madre cuando me asustaban los buitres y hacía los recados en la tienda del barrio, como ellos. Dejé de caminar porque tenía miedo. ¿Pero dónde está el peligro? ¿De qué me está protegiendo el cielo de mi silla? Mi silla es mi refugio y mi culo se siente seguro en ella. ¡Qué absurdo es este diagnóstico! ¡Qué inútil es esta medicina del avestruz escondiendo su culo! La realidad no son mis piernas dobladas. La realidad es mi miedo, el miedo me sienta en la silla y me borra de la vida. ¿Por qué, sin embargo, los cojos del evangelio volvían a correr? ¿Qué aprendían de Jesús que a mí no se me alcanza? ¿Cómo es que sus piernas volvían a sostenerlos y las mías continúan paralizadas por el pánico? Yo creo que el peligro que me paraliza puedo ser yo misma, a lo mejor. Si caminara, por ejemplo, si condujera un coche, si jugara a la pelota a lo mejor hacía daño a alguien. Los que caminan no dejan crecer la hierba, los coches matan perros, los niños se dan patadas. ¿Me he sentado yo acaso en mi silla porque no quiero disputar este mundo a otros seres, o mi miedo es de otra naturaleza? Me hago tantas preguntas porque no estoy segura, porque a lo mejor no es caminar lo que más me asusta. A lo mejor es el abismo que se intuye al final de todos los caminos lo que me paraliza, y yo no quiero caminar para no llegar al final jamás. A lo mejor, si alguien, si algún dios me prometiese que el abismo no existe yo me atrevía a caminar. Con dificultad, pero a lo mejor me atrevía a caminar. Yo creo que a los cojos del evangelio Jesús les convencía de que al abismo sólo caen los cerdos que no se reconocen a sí mismos y se han desorientado. A lo mejor lo que pasa es que yo soy una cerda desorientada.

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