Carmen
Eran días duros. Los días de la guerra del 36. Las bombas y los obuses no dejaban de caer. Había mucho miedo entre la gente, era un miedo sólido, mineral, paralizante.
En casa de los Sainz del Amo, viejo maestro republicano ilustrado, había mucho miedo.
En el comedor hablaban en voz baja. Estaban comiendo un manjar, unas pocas mondas de patatas que los niños de la escuela habían atrapado para su profesor.
El marido y la esposa se miraban a los ojos. No podían ocultar su preocupación, su pánico.
–Anselmo, ten cuidado cuando sales de casa, que están cayendo muchas bombas todavía, el frente está cerca.
–Las bombas bien se esquivan.
–He oído que ha vuelto el sargento López, que se había ido con los de Franco. Está haciendo mucha escabechina entre los republicanos. Busca a los que mataron al hijo.
–Tranquila, Águeda –dijo el viejo maestro–. Yo nunca me he dedicado a otra cosa que enseñar. Yo no soy responsable de esta carnicería.
Don Anselmo fue fusilado a las pocas horas, al amanecer. Había cenado unas mondas de patatas que sus alumnos habían conseguido sustraer a unos cerdos.
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