Nuredin y Said

Rosa y adredista 0
Cuando Nuredin se descolgó del eje del camión ni sus piernas ni sus brazos le obedecían. Ahora mismo, allí, debajo del camión, no podía explicarse cómo pudo aguantar tanto tiempo colgado del maldito hierro. Said, su caída, no se le podía ir de la cabeza. En unos minutos sus extremidades comenzaron a obedecerle otra vez. Se había tirado en el aparcamiento, detrás de la gasolinera, donde descansan los camiones. Nadie lo había visto.
Said, sin embargo, se había caído de su asidero en el eje del camión unos kilómetros atrás, en plena autovía, y Nuredin temía por la suerte de su compañero de aventura. Se había propuesto volver atrás para buscarlo. Pero no quería encontrarse con un cadáver atropellado por mil coches, no quería ver a su amigo como otro perro que se ha equivocado de camino. No quería pensar en sus heridas. Deseaba que continuase vivo. Buscaba a un chico entero y charlatán, el mismo que lo había acompañado durante los últimos días y junto al cual había atravesado la frontera.
La noche lo protegía. Nuredin caminaba a muchos metros de la calzada, sin embargo, pues no quería ser descubierto por los guardias. Pero tenía que controlar los arcenes. Desandó el camino durante unos kilómetros, los que consideró que habría recorrido el camión sin Said.
Hasta este punto nada se había movido por los alrededores de la autovía, caminando, estaba seguro. Nuredin quería identificar la curva donde se cayó el amigo y se estaba acercando tanto a la calzada que las luces de los coches comenzaban a delatarlo, y en algunos momentos tenía que echarse cuerpo a tierra.
Es este merodeo, de pronto, un bulto oscuro sobre la tierra blanca. El corazón le da un vuelco a Nuredin. Observa mejor y no percibe el menor movimiento en la mancha, muy expuesta a la luz de los faros, pero unos metros fuera de la calzada. Se acerca un poco y aquella mancha oscura, las ropas negras que se pusieron en Tanger para mejor camuflarse en los bajos del camión, comenzaba a parecerse a Said.
Ahora Nuredin corría como un loco hasta ese bulto al borde de la carretera. Said estaba allí, semiinconsciente y muerto de sed. –Agua, fue lo primero que pronunció. Estaba lleno de quemaduras. –Estoy vivo de milagro, añadiría más tarde, porque rodé hacia fuera de la calzada cuando me caí en la curva. –No tengo agua, se lamentó Nuredin.
Said no está para caminar, todavía. Lo arrastra sin contemplaciones hacia la oscuridad mientras le pregunta por los huesos rotos. -Estoy molido, pero creo que sólo me he quemado la piel, he perdido sangre. Nuredin escruta en la oscuridad y descubre un contorno familiar, árboles, no muy lejos de donde están. –Allí puede haber agua, le dice a su amigo y carga con él. El terreno baja, es lo que conviene. Están llegando a los primeros eucaliptos.

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