Navidad en blanco y negro

Adredista 7Los pastorcillos iban corriendo y gritando con algarabía. Caminaban tras una estrella brillante, que se dirigía –según les habían contado– a un portal de Belén donde nacería el Niño Dios, el Rey de todos encarnado en un bebé. Habían recogido todos los presentes que les era posible transportar, para entregarlos al Niño Dios. Cerca del lugar se encontraron con tres Reyes Magos de oriente, subidos en sendos camellos. Llegaban fatigados, pero contentos. Se saludaron todos y, en ese momento, la estrella se paró junto a una mísera cueva. Divisaron a una bella mujer, junto a su esposo, y, en un lecho de paja, un bebé calentito por el aliento de un buey y una mula.
Todos, pastorcillos y reyes, se inclinaron para ver al Dios de Dioses, y sus ojos se llenaron de asombro al ver que el Niño era negro como el carbón. No dijeron palabra, pero recogieron sus presentes, los magos el oro, el incienso y la mirra que pensaban ofrecerle al bebé y los pastores el requesón, cogieron las de Villadiego y se marcharon a la chita callando. En sus mentes no cabía que el Dios prometido pudiese ser negro.
La Virgen María quedó decepcionada. Su astrólogo le había anunciado que su hijo sería adorado por reyes, pastores y todo el mundo en general. ¿Acaso se equivocaba? Le transmitió un mensaje en el que le comunicaba que deseaba verlo inmediatamente. Éste apareció al momento y María le mostró al niño. El astrólogo no salía de su asombro al ver el color del Rey de Reyes. Eso no estaba previsto, no podía ser. Comenzó a buscar en su tabla astrológica del futuro y encontró a un tal Mikel Jakson, hacia mil novecientos ochenta, nacido negro como el hollín allá en E.E.U.U. Como no estaba a gusto con su color, se buscó un equipo de médicos que lo convirtieran en un homo albus. Según constaba, casi lo habían conseguido. Se puso en contacto con el equipo médico que había hecho el prodigio y lo trasladó al año uno, a la cueva de Belén. Allí hicieron un buen trabajo y convirtieron al Niño-Dios en un ser quasi blanco.
Ordenó a la estrella anunciadora, que volviese a buscar a los Magos y a los pastorcillos. Estos, que aún estaban de camino, aunque con reticencias, siguieron a la estrella otra vez de regreso al mismo lugar. Volvieron a mirar al niño. Eso ya les cuadraba más. No era totalmente blanco, pero ya no era negro como el betún. Entonces, le adoraron y le entregaron los presentes.
Pero María estaba hambrienta. En cuanto se alejaron, tomó la miel, el requesón, el vino y se lo zampó todo. Sucedió que en el tiempo transcurrido, los alimentos se habían agriado un poco y el estómago de María sufrió las consecuencias, padeciendo gastroenteritis a causa de la intoxicación. Otra vez en busca del astrólogo, que la sanase de sus dolencias. Este dijo que eso no estaba en su mano. E insinuó que buscase al equipo médico por las posadas de los alrededores, que aún no habían regresado al futuro. Y el equipo regresó a la cueva. Comunicaron al matrimonio que esa no era esa su especialidad, sino el color de la piel. De todas formas, hicieron lo que pudieron. Y, al final, María quedó transformada en un humano de color negro, pero con el estómago jugándole a las canicas.


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