Vamos a por el Churumbel

Adredista 7Aquel día, los tres Reyes Magos de oriente habían tenido sueños extraños. Se pusieron a conversar entre ellos y no supieron descifrarlos. Su estado de ánimo no era demasiado pletórico. De repente, una estrella les lanzó un fogonazo que consiguió iluminarlos y en ese momento se hicieron conscientes de su misión. Tenían que seguir el protocolo, según la tradición de Navidad. Sin embargo, algo les decía que este año no iba a ser como los anteriores. Los sueños les habían revelado algo, aunque no sabían concretar qué.
Melchor fue el primero en reaccionar y les dijo en tono imperioso: “Vamos, sigamos la estrella”. Subieron a los camellos y comenzaron a caminar detrás de ella. Al acercarse a la cueva de Belén, la estrella comenzó a hacer guiños y los Magos se desconcertaron. La habían tratado y la conocían, sabían que no era una máquina y que tenía sentimientos. Los guiños sólo podían ser de desconcierto. De todas formas, la siguieron hasta el portal. Cuando ya se disponían a adorar al niño, se dieron cuenta de que la cuna estaba vacía y de que gruesos lagrimones caían por la cara de María. Atropelladamente, les contó que el niño había desaparecido. No se explicaba cómo. Habían venido a visitarles unos pastores. Se les veía un poco extraños, pero ella asumía que su hijo sería el Rey de todo el mundo y les dio permiso para cogerlo y acariciarlo. En un abrir y cerrar de ojos el niño se había volatilizado. José intentó seguirles, pero eran veloces como el viento, y volvió a la cueva sin niño, derrotado y afligido. Ahora no sabía qué hacer. Imploraba a los Magos que usaran su magia para recuperar al niño.
Los magos respondieron que eran sabios y conocían los astros, pero que su entendimiento no llegaba hasta el corazón humano, que era lo que se necesitaba conocer para resolver el caso. Sí tenían poder para viajar a través del tiempo y del espacio, y lo utilizarían para contratar el equipo adecuado que les llevase a esos pastores.
Se pusieron en contacto con el CSI de Miami, pero Horatio les dijo que, por no haber ningún cadáver, el caso estaba fuera de su jurisdicción. El detective Colombo, sin embargo, aceptó el reto. Se puso la gabardina, cogió su libreta y empezó a seguir el rastro. Partió de la cueva de Belén y fue siguiendo la trayectoria que por intuición pensaba que habrían seguido. Entre unas matas descubrió una traviesa de madera de color rojo. Su olfato detectivesco llegó a la conclusión de que pertenecía a una caravana gitana.
Y descubierto el cuerpo del delito, comunicó a los magos que tenía una pista. Debían seguirle si querían llegar al final de la búsqueda. Así lo hicieron. Acompañaron a Colombo, que con la libreta en mano caminaba en zig-zag. Subía, bajaba, se detenía y olfateaba como un perro. De repente, el aire les trajo una música apasionante. Buscando en la memoria, creyeron reconocer en esas notas el arte flamenco. Siguieron las notas musicales y se encontraron con un barrio pintoresco formado por caravanas con sus ventanillas de vidrio y decoración de cobres. En una de ellas el ambiente era más festivo. Abrieron la puerta y se introdujeron. Nadie se extrañó por el aspecto de los Reyes Magos, pues todo allí era colorido y majestuoso. Se arracimaban alrededor de una estufa de carbón que tenía una pintoresca chimenea. De una barra de hierro, colgaba una olla de hierro fundido. Despedía un olor a olla gitana que alimentaba. En las mesas había repartidas mariklis, unas galletas rellenas de dulce y de salado. Se las ofrecieron y les supieron a gloria.
Al lado de la estufa, arropado con mantas, había un niño. Por la aureola que reflejaba tenía que ser el niño Jesús. A su lado, un grupo de gitanos tocaba la guitarra y bailaba flamenco. Melchor se adelantó a coger al niño, pero una muchacha se abalanzó sobre él, lo atrapó y lo escondió entre sus brazos. El mago le dijo que ese niño era robado y que su madre estaba desesperada. La gitana se aferraba al niño con fuerza y les gritaba que no lo devolvería. En este forcejeo, apareció el rey de los gitanos y se ofreció de mediador. El robo del niño había sido obra de todos. Se habían enterado de que era el Rey de Reyes y habían decidido cuidarlo, alimentarlo y educarlo como un niño gitano, ya que necesitaban que este dios de dioses perteneciese a su estirpe para sentirse más integrados en esta sociedad que no termina de integrarlos. Los rodeaba un corrillo de gente que quería entrar en la conversación, y se organizó el gran barullo, pues no se entendía nada ni a nadie.
Los reyes insistían en que tenían que devolver al niño. El rey de los gitanos, acompañado por toda su gente, argumentaba que tenían que entregar algo a cambio. Los Magos se lo pensaron y les ofrecieron a los gitanos el oro, el incienso y la mirra que traían para regalar al Niño Dios. El rey de los gitanos les contestó que eso era solo parné, que ellos querían algo más, por ejemplo, que el Consejo de Ancianos de los gitanos fuese admitido en el Parlamento o, en su defecto, en el Senado. Dilucidaron de nuevo y los Reyes Magos decidieron emprender una recogida de firmas en solidaridad con los gitanos. Pero estos desconfiaban y, al fin, determinaron que hasta que no estuviesen los acuerdos en sus manos, los Reyes Magos dejarían en prenda sus preciosos mantos. No tuvieron más remedio que aceptar.
Son mantos que tienen la virtud de hacer realidad los más preciosos sueños. Harán realidad los vuestros con sólo estampar vuestra firmas de apoyo a los gitanos.

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