Un toque de atención

Carmen
Laura es una adolescente muy estudiosa. Ha llegado de Ecuador hace unos meses y sabe que en el estudio está su oportunidad para dejar de limpiar casas, que es a lo que se dedica su madre. Le gusta estudiar y no le gusta hacer las cosas de la casa, las camas, el polvo y eso.
Todas las niñas la miran más o menos raro por su piel negra. Pero hay una, la hija de un concejal, especialmente retorcida. Se llama Ana y saca las peores notas de la clase. No puede ver a Laura, no puede aceptar se sea mejor estudiante que ella.
Ana se ríe de ella por todo. Sobre todo, por sus vestidos y por su acento, pues Laura no puede evitar ser pobre ni puede evitar ser hija de su madre.
–¿Tanto te gusta ese vestido, que no te lo quitas nunca?
–Para dormir.
–¿Pero tienes pijama?
–También sé duerme sin pijama.
–¿Qué? ¿Tu padre no trabaja?
–Para pagar el alquiler. Me compraré otro vestido en la rebajas.
–Pues qué bien.
Y la invitó a su casa, por si le valía algo de su ropa, la que se le había quedado pequeña.
Quería tener más motivos para reírse y, camino de su chalet, consiguió que la cría se perdiese, la abandonó en medio de un barrizal y Laura volvió a su casa muy tarde y con su único vestido hecho jirones.
Desde aquella tarde, Laura sabía a qué atenerse respecto de esta chica caprichosa y estúpida. Llegaron las rebajas, se compró al fin ropa y, un día, invitó a las amigas de Ana a bailar salsa en un local que ella frecuentaba.
–La mejor salsa de Madrid se baila allí.
Y Ana se apuntó, que era lo que Laura buscaba.
Un grupo de Latin Kings, amigos de Laura, esperaban a Ana. No le hicieron mucho. Lo más grave, una pierna rota que tuvo que llevar escayolada durante más de un mes.
Laura fue de las amigas que firmaron su escayola. Nunca supo Ana que Laura había reclutado a aquellos muchachos para darle el repaso, pero sí intuyó aquella tarde que Laura no estaba sola.

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