Sentada del 22 de enero de 2009

QUIQUE
Conchi
Querido amigo Quique:
Te extrañará recibir esta carta después de cuatro años sin vernos, pero el otro día me encontré con Esther y nos fuimos a tomar una copa y estuvimos hablando de ti. Me dijo que te habías hecho más mayor de lo que yo pensaba y que ya no llevabas los vaqueros rotos. También me dijo que había terminado lo tuyo con Alfredo. Y yo, como te echaba de menos, pues te escribo estas cuatro líneas para ver si te apetece quedar otra vez en el restaurante La pezuña de oro, como entonces, para hablar de los viejos tiempos. A mí me ha ido fenomenal, porque he encontrado un trabajo en una floristería y me encantan las flores. Cada vez que reparto flores me acuerdo de ti, de cuando pasábamos por la puerta de la floristería camino del instituto y mirábamos las orquídeas. Nunca me atreví a decirte nada por miedo a tu rechazo, porque por aquella época salías con Laura. Ahora te escribo porque siempre estuve loco por tus huesos, chato, y no puedo vivir sin ti, amor de primavera. Cuando eras joven te inclinabas por el sexo opuesto, pero de mayor has vuelto a ser tú. Y te gustan más los tíos que a un tonto un lápiz. A mí siempre me has gustado, ya lo sabes, porque tienes unos ojos azules que me caigo de culo cuando te veo, que deslumbras el firmamento y todas las estrellas del universo.
Espero que me llames por teléfono. Ahora mi número es este, 91 467 02 40, tenemos que quedar. Con cariño
Luis Alfredo



LA ESTRELLA
Isabel
El niño Miguel salió al parque por primera vez cuando tenía dos años. Lo habían sacado otras veces en el cochecito, pero no lo recuerda. Siempre salía al atardecer, cuando su mamá volvía del trabajo. Recuerda bien esa primera vez porque vio, hacia el sudoeste, brillar una estrella solitaria en medio del cielo inmenso y ligeramente oscuro del ocaso. La escogió como su estrella y ha sido su estrella para siempre. Al principio de su descubrimiento, el niño Miguel creía que esa estrella era la única, pues su madre lo devolvía a casa antes de que apareciesen otras. Sólo dibujaba en los cielos que pintaba en la guardería su estrella y los aviones. Cuando descubrió la luna, una luna grande pegada al horizonte que lo asustó mucho, dibujaba su estrella, la luna grande y los aviones. Los cielos de Miguel tenían personalidad, decía la profe. Una vez su mamá, muy temprano y antes de ir a trabajar, sacó a Miguel con el perro al parque. Era primavera y estaba amaneciendo y el niño Miguel descubrió que su estrella se había movido en el cielo, pero ahí seguía, única, brillante, triste. Dios había hecho todo el cielo para que su estrella se moviese como una cometa en manos de la noche. Cuando el niño Miguel descubrió la multitud de las estrellas en la inmensidad del cielo, descubrió también que su estrella brillaba más que ninguna. Su estrella era la más grande estrella y el niño Miguel se sentía cada vez más mayor, más orgulloso y más seguro. Cuando, andando el tiempo, Miguel descubrió al fin que la estrella que había iluminado su infancia y sus sueños no brillaba con luz propia, sino prestada por el sol, ese día no se desilusionó. Al contrario, que la luz de Venus sea el reflejo de otro fuego tiene que significar algo en tu vida, pensó Miguel, y desde aquel día no ha dejado de buscar respuesta al enigma. Creyó descubrir la profunda lección de su estrella brillante cuando, por fin, una mañana se despertó enamorado de su chica y comenzó a verse más guapo y más alegre y más luminoso cuando se miraba en el espejo.










AUTORRETRATO
MaryMar



Yo soy una amapola
roja y orgullosa y multitud
en medio de la primavera de los trigos.
Yo soy un caballo
dócil a la doma,
y tengo por ley obedecer a mi jinete.
Soy un cielo azul
con las nubes blancas pintadas
por mi mal humor de algunos días.
Soy un río dormido,
pero también soy mar,
mar de fondo, sobre todo,
un poco traidora y un poco mentirosa.
Y soy mariposa que vive
huyendo de los cazamariposas,
que sois todos los que me hacéis llorar.

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