Sentada del 21 de mayo de 2009

(Por fin, el día 15 se falló el concurso de relatos cortos que, con motivo de sus Fiestas de Primavera, convocó el CAMF de Leganés. La participación fue alta, la calidad notable, según el jurado, y los tres ganadores son veteranos adredistas, por todo lo cual nos sentimos muy contentos. Publicamos hoy los relatos premiados. Que disfrutéis de su lectora) Escribiradrede


HACER RADIO (3º premio)
HeavyMetal
Ayer no estuve contento en la emisora, yo qué sé.
Necesito unas vacaciones. O irme a dar una vuelta a Madrid. Ir a Madrid me relaja un mogollón.
Todos los miércoles voy a EcoLeganés, una emisora de radio comunitaria, a hacer radio.
Es una experiencia única, la rehostia.
De mi casa vamos tres, doña Carmen Soria, que es muy buena ante el micro, Don Iñaki Catá, que se ha hecho el jefe, y yo, que soy la estrella del programa, lo dice mi colega Andrés.
En los últimos programas viene también Pilar Pueblas. Se ahogaba al principio al hablar, pero ha aprendido de mí a hablar despacio y ya no se ahoga.
Se hace corto el programa. Por lo menos, hacemos radio.
Qué paleto soy. Mejor dicho, soy un payaso. Y es divertido.
Ser un buen payaso es muy difícil, dice Manuel.
Hacer radio es un lujo. Iñaki Gabilondo a nuestro lado se queda corto. Yo voy a jubilar a Gabilondo, lo dije el primer día y ya hemos hecho 24 programas y tenemos cerca de dos mil oyentes.
Un día fue la mujer de Manuel, Concha, y se enganchó. A mí me tocaba leer un texto de José Luis y otro de Rosa .
Ricardo y Gerardo llevan el control, son los muñones.
La música la pongo yo. Barón Rojo fue lo último, que uno de los chicos es de Zarzaquemada. Bueno, ya tiene nietos.
¡Cómo leíste, tú! Carmen iba muy costipada.
Iñaki era otro lector como yo, pero se ha hecho el baranda, es el jefe.
Luego está Andrés, que es el pringao que nos hace los guiones, el plumilla.
A lo primero se metía más en el programa. Y Manuel lee coplas que escribe él mismo.
Cómo mola todo esto.
Cuando empezamos en octubre, hace un montón de meses, me parecía que era un lujo para mí.
Luego estuve bastante agobiado. Pero me jodía, ya que soy más grande que Gabilondo.
A lo primero era como si no me fuese a cansar nunca.
Luego iba arrastrado, pero como dije, me fastidio.
Es un trabajo más y cansa. Lo que pasa es que tú eres muy bueno.
"Te echaremos de menos, nos hemos acostumbrado a tu voz", me dicen los chicos de la emisora.
No hay de qué preocuparse, colegas, no me marcho.
Lo que pasa es que me canso de todo. ¿Qué hubiera pasado si no fuera diferente?
Yo qué sé, eso nadie lo sabe. Quizá me lo explique dios cuando llegue al cielo, si le caigo bien.
Mañana jueves me marcho a Madrid, porque yo soy como soy.
Somos locutores diferentes. Pero ningún mamón como yo está a gusto con su vida.
Hoy miércoles no hemos ido a la radio, estaba lloviendo. Otros días hemos ido también con lluvia. Hoy sigue el ascensor de El Carrascal cerrado.
Es un gran invento el metro, estos días que está fuera de servicio no puedo ir a Madrid. Y a la radio, rodando y cuesta arriba.
Cuando pasa una cosa de estas, se tiran cuatro meses con el ascensor cerrado.
Los funcionarios del metro se están partiendo de risa. Los diversos no pueden viajar.
No está roto, era todo mentira, un niño se ha pillado la mochila.
Ellos se lavan las manos. Si no puedes viajar, que te jodan.
Dicen que tiene que venir Fomento, nos lo decían para tomarnos el pelo.
No nos lo quieren decir directamente, que los diversos les molestamos. Como nosotros para andar utilizamos ruedas.
Pero los diversos somos muy guerreros. Nos tuvimos que poner delante del ascensor para las fotos.
Y cortamos el tráfico, para protestar. Y volvimos a casa por el medio de la calle. Y la pasma, mirando.
Y luego nos dicen que el ascensor estaba bien. Hacen lo que a ellos les sale de las pelotas.
Nosotros tenemos mucha mas capacidad que esa chusma y seguiremos la protesta.
Para la radio, yo escojo la música también. Qué música trae este cabrón, dice Ricardo.
La mejor del mundo.
Y Rubén, otro chico de la emisora, dice que el mío es el mejor programa de la parrilla.
Nos oyen en Londres y en Buenos Aires. Y en Chiapas, los zapatistas.
Y queremos penetrar en China, pero el problema es el desfase horario.
En Valladolid nos oye MariÁngeles. Ganas tengo de conocerla.



LA CAJITA DE LÁPICES (2º premio)
Fonso
(Escrito para Nicolás)
Érase una vez un niño que estaba preparándose para ir a la escuela. Era tan pequeño que no llegaba bien al pupitre, y ponía libros en la sillita para estar un poco más alto. El niño tenía el cabello rubio y los ojitos azules. Como le gustaba mucho pintar, su mamá le regaló para su cumpleaños una caja de lápices de colores.
El niño sacó de la cajita, primero, el color amarillo. Y el lápiz amarillo, con unos mofletes muy amarillos, se puso a decir a los otros lápices de colores que él era el primero porque podía pintar los anillos de oro de los reyes y su corona, y las cadenas de oro de las reinas, y con soberbia se reía de los demás.
Sacó a continuación el color azul, que lloraba de rabia. Lo que pasa contigo, le decía al lápiz amarillo, es que te lo crees mucho, pero yo soy al menos tan valioso como tu, pues yo soy el que pinta los mares y los cielos. ¿Qué sería de este mundo sin mares y cielos? El lápiz azul estaba muy enfadado con el amarillo, que no paraba de reírse.
Y el niño sacó después el lápiz marrón, que dijo sin cortarse: Pues yo también valgo para algo. O, si no, que me diga a mí ese amarillo quién colorea los troncos de los árboles, o las castañas y bellota y, en el otoño, las hojas marchitas que se pudren en el suelo.
Y cuando fue a sacar el lápiz verde, también tenía algo que decir: ¿Qué sería de los campos cuando en primavera se visten de cereal y de hierba fresca para los animales? Nadie más que yo puede pintarlos.
El niño sacó entonces el lápiz rojo, que lo había oído todo, y dijo con su voz un poco ronca, apenas audible: ¿Que pasaría si yo no colorease la sangre o las rosas? Mi color es tan valioso como el tuyo, fanfarrón amarillo. Y pinto incluso los claveles.
Y el lápiz blanco también hablo, al salir de la caja: ¿Quién colorea la Navidad y los picos de las montañas cuando llega el frío en el invierno? Yo.
Pues faltaba el lápiz negro que, cuando el niño lo fue a sacar, gritó todavía: ¿Quién pinta el humo que avisa del fuego o quién pinta las grandes huras de las ratas y los grandes vacíos de la noche? ¿Quién?
El lápiz amarillo, que se lo tenía muy creído, tuvo que reconocer por fin que cada compañero de cajita tenía su importancia. Y el niño, muy sonriente, volvió a meter en la cajita con mucho cuidado sus lápices de colores. Había aprendido mucho con esta primera lección.



UN SIRVIENTE GENEROSO
(1º premio)
Carmen Soria
Eran días de tristeza y pólvora, sobre todo para los nobles y clases poderosas. La Revolución Francesa acababa de comenzar. La Bastilla había sido asaltada y los verdugos de la guillotina no paraban de afilar su pesada cuchilla para separar cabezas de sus respectivos cuellos, por orden de Robespierre.
Era una época en la que, como siempre, los menesterosos tenían que trabajar para que los poderosos pudieran vivir ociosos. Hasta que el ambiente se había hecho irrespirable y se puso en cuestión la falta de libertad y la falta de derechos de los hombres. No tanto de las mujeres, pues no era su revolución.
En el palacio de los condes Rousseviolet todos andaban muy asustados y hablaban a media voz. El Conde Rousseviolet, un joven aristócrata defensor de los privilegios de su clase, decía:
—Esto es insufrible, vaya complicaciones que nos ha traído la reina Mª Antonieta con su ocurrencia de que los humildes que no tienen pan, coman pasteles. No sé qué va a ser de nosotros... yo, que nunca antes me había metido en ningún lío.
—Marido —dijo la bella condesa—, hace unos días mandé recado bajo seudónimo a mis hermanos rusos, y se han ofrecido para darnos refugio en su palacio. Con algo de suerte podríamos intentar escapar, sobornando a la guardia republicana.
En aquel instante entró en el salón Maurice Dupont, el viejo y fiel mayordomo de la familia Rousseviolet durante décadas, para servir el amargo té que aún conservaban en la casi vacía despensa.
— Disculpen los señores, no pude evitar escuchar a la condesa. Vos sabéis, Sr. Conde, que os he visto nacer y os aprecio muchísimo. Es llegado el día que mis achaques de reuma y artrosis taladran mi cuerpo. Ya las pócimas y ungüentos que su médico me proporciona no reducen en nada mis dolores. Ya soy viejo y deseo morir. Puedo afirmar que fui muy feliz y honrado de servir en este palacio.
—¡Cuánta bondad hay en vuestras palabras, Dupont! Pero no veo cuáles puedan ser vuestros deseos. ¿Dónde queréis ir a parar?
—Como criado que soy, se me conceden pases de libre circulación por la República y aún fuera de ella. Si vos me permitís, podemos intercambiar nuestras identidades, lo que os permitiría viajar con vuestra familia sin peligro. Y yo podría suplantaros ante la guardia republicana. Ellos no os conocen tanto como para no aceptarme por vos. Nadie notará siquiera la suplantación, y yo con gusto acortaré mis dolencias. Observad que no queda otra salida.
—¡Es una locura lo que queréis hacer! Quién sabe dónde acabaremos vos y yo con tanta pólvora.
—Pero yo ya soy viejo, y vos y vuestra familia os podéis salvar. Mirad, tomad este relicario como obsequio. Si fuera preciso, hasta podréis venderlo y sacar algo por él. Tomad también mi cédula y estos pases, los he conseguido a través de un guardia, amigo de toda confianza.
—¡Oh Dupont, sois un santo! Que Dios os recompense.
—Nada, nada. Id preparando el carruaje, que no sea ostentoso, y partid esta noche sin falta. Sólo os pido un favor, no desenvolváis mi relicario hasta que hayáis llegado muy lejos. Que Dios os acompañe.
El conde accedió al fin y partieron a la mayor brevedad. Cruzaron media Europa vendiendo muchas de sus joyas y enseres, con la excusa de ser comerciantes ambulantes. Después de muchas fatigas, llegaron a casa de los Condes Robikov, en San Petersburgo. A su llegada, hacía bastante frío, y estaba ya oscureciendo.
—¿A quién debo anunciar? —dijo el mayordomo cuando se abrió la puerta.
—Anunciad, si os place, al conde Rousseviolet.
—¿Y de dónde venís con esas trazas? Es imposible ¿Dónde habéis sacado esa ropa? Andad, volved otro día, que éstas no son horas para vistas. Volved otro día.
—¡Oh! ¡Os lo suplico, llevamos muchos meses caminando y necesitamos descansar! Aquí tenéis nuestro recado, dadnos siquiera un espacio en el cuarto de los sirvientes.
—Bueno —dijo el hombre—, debo consultar.
Así lo hizo. Por fin, les dejó pasar la fría noche en las caballerizas.
Al día siguiente todo se aclaró, pero el conde Rousseviolet seguía intrigado por lo que le había dejado en custodia su fiel sirviente. No había querido ser indiscreto, pero no soportaba más la intriga, ahora que habían felizmente llegado a su destino. Abrió el cofre y encontró dentro un medallón de oro y un pañuelo bordado a mano.
En el medallón pudo contemplar los retratos de su madre y del mayordomo, con una fecha que coincidía con la de su nacimiento. Y en el pañuelo, ya sin ninguna duda, bordadas con la indecisa caligrafía de su madre que el hijo tan bien conocía, las iniciales de ella y de él. Nada más había en el cofre.
Abrumado por la sorpresa y sintiéndose deshonrado, el joven conde tomo en un arrebato su espada y quería suicidarse. Pero la prudente condesa exclamó:
— ¡Marido mío, no cometáis esa villanía! ¿Así pagáis el sacrificio de vuestro padre? Vuestra madre, la condesa Mariana me confesó, en su lecho de muerte, que Dupont, un huérfano que había conseguido hacerse eminente músico, entró al servicio de vuestra casa cuando vuestra madre, abatida por las infidelidades de su marido, y abandonada, encontró su único consuelo en vuestro padre. Y a él debéis la vida por segunda vez. Si llegamos a hacernos sitio en este lugar, fundaremos una escuela Dupont de música para huérfanos, en homenaje a vuestro verdadero padre.


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