Mar

Rosa
No ha habido otro momento más feliz en mi vida que el viaje a Venezuela. Iba con mi familia, mi hermano y mi madre, y yo era pequeña. Íbamos en barco y mi madre se mareaba muchísimo. Mi hermano, que es mayor que yo, le llevaba la sopa al camarote y las pasaba canutas para que no se le cayese del plato con el vaivén del barco. Yo, como era una enana, me lo pasaba en grande. Veía a mi hermano llevando la sopa y me partía de risa con los malabares que tenía que hacer por los pasillos. Y él se enfadaba y yo todavía me reía más.
Creo que embarcamos en Lisboa y creo que hasta allí fuimos en tren, desde Madrid. Yo estaba ilusionadísima porque siempre me encantó el mar y conocer lugares nuevos. Y el viaje me tenía excitadísima. En el barco conocimos a mucha gente. Sobre todo, a un matrimonio de catalanes. La señora estaba embarazada y se mareaba también mucho. Y el marido, con la sopa desde el comedor hasta el camarote, haciendo equilibrios detrás de mi hermano. Viendo a los dos con el plato en la mano y su expresión de susto, yo es que me partía de risa. Los catalanes también iban a Venezuela a trabajar y nos hicimos amigos. En el barco casi no había niños de mi edad, pero yo jugaba contando las olas desde la proa, en cubierta. Me pasaba las horas mirando el mar. Y en cubierta esperaba a mi hermano, que como me veía sola y me llevaba unos años, pues venía a jugar conmigo. Y luego le contábamos todo lo que hacíamos a mi madre.
Mi hermano y yo fuimos a la fiesta que dio el capitán a la mitad del viaje. Comimos mucho, bailamos lo que quisimos y más, e hicimos de todo para divertirnos. La gente mayor que no se mareaba también estaba allí, riéndose y bailando. Tocaba una orquesta de salsa, pero tocaba de todo, rumbas, valses, conga, de todo, ritmos muy divertidos. Duró el viaje unos diecisiete días. Y por fin llegamos otra vez a tierra. Estar en medio del mar y rodeados de agua era una sensación muy agradable. Al pisar tierra, mi madre comenzó a respirar otra vez. El suelo no se movía por fin y se le fueron los mareos. Y mi hermano también dejo de hacer equilibrios con el plato de sopa, por fin.

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