Yo lo vi

Rosa y adredista 0
Estaba mirando por la ventana y vi pasar a lo lejos a un señor de rojo. El color de su ropa llamó mi atención y me sirvió para no perderlo de vista. Caminaba muy deprisa.
Resulta que a unos cien metros más allá lo estaba esperando una señora. Sé que esperaba porque ella, al ver al tipo, se levantó de un banco del parque y se abrazó a él con mucha alegría. Estuvo con la cabeza recostada en el hombro de su amante durante mucho rato, como si no quisiera volver a separarse de él nunca.
No sabría decir por qué, pero no parecían una pareja de novios normales. Yo diría que delante de mí, en el corazón del parque, se habían ido a encontrar como dos extremos. Un extremo, el señor de rojo, que parecía venir de muy lejos, por la izquierda. Y otro extremo, ella, que desconozco por dónde llegaría, pero que también parecía haber caminado mucho. Y yo era testiga de una cita clandestina, estaba segura.
Después del larguísimo abrazo, por fin comenzaron a caminar por entre los pinos del lado del polideportivo. Movían mucho las manos, señal de que hablaban con entusiasmo, no me atrevo a imaginar otra cosa. Ella caminaba durante algunos pasos con la cabeza apoyada en el hombro de él, mientras el hombre la agarraba por la cintura y algunas veces la besaba. De que era una pareja de amantes me había convencido nada más verlos.
Ya atravesaban la parte de los olivos en dirección a mi ventana, se estaban acercando. No seguían los senderos del parque.
Ella era una mujer joven, ahora la veía mejor. Vestía en tonos verdes con ropa muy ajustada. Su cuerpo era delgado. Por los gestos de sus manos y de su rostro, parecía exultante. Pero también había algo extraño en su figura, como si su cuerpo no se creyese del todo la alegría. Pensé si no sería por sus hombros ligeramente agobiados por lo que me parecía insegura la mujer, como si quisiera esconderse entre sus omóplatos, algo parecido al miedo, que yo tan bien conozco.
Los tonos rojos de la ropa del hombre, ahora que los veía más de cerca, eran claramente marrones. La luz tardía del sol me había confundido. Mi hombre de rojo era un tipo maduro, bien afeitado, canoso. Sus gestos no expresaban la misma alegría que expresaba ella. Era más reposado, como más contenido. Pensé incluso si no estaría fingiendo, pero no tenía motivos para desconfiar, me estaba montando una película. Cuando besaba a la chica me parecía que la besaba con ansia, como besa cualquier amante, o la mayoría.
Su errabundo paseo por el parque terminó cerca de la fuente, en la olmeda del otro lado. Se habían alejado de mi ventana y se habían sentado en un banco. Ahora, más que ver, me tenía que imaginar sus besos, sus abrazos y sus caricias. Permanecían muy juntos y no distinguía sus manos. Sus cabezas no se separaban. El sol se había retirado del todo y estaba oscureciendo. La escasa luz apenas me permitía seguir la escena.
De pronto se levantaron del banco y permanecieron un rato de pie. No se decidían a caminar en ninguna dirección. Se encendieron las farolas alrededor de la fuente y me pareció ver que se estaban besando otra vez, de pie, un beso interminable, desesperado, si es que puede haber desesperación en un beso. Sus bocas se separaban, se separaban sus cuerpos, se juntaban sus manos y sus bocas volvían a juntarse. Repitieron la secuencia varias veces, era un sin sentido aquello, allí, en medio del parque, casi de noche.
Y en un memento, se separaron definitivamente. El hombre de rojo se fue hacia mi izquierda y desapareció por un extremo del parque, por donde había venido, y la chica de verde comenzó a caminar en la otra dirección, hacia mi derecha. Ella volvía muchas veces la cabeza antes de perdérseme de vista. El hombre de rojo no volvió en ningún momento la suya. Tentada estuve de gritarle a la chica que aquel hombre no la convenía.
¿Pero de qué había sido testigo? Yo sospecho que esta pareja no volverá a citarse en un parque jamás. No me imagino quiénes puedan ser o qué otras relaciones les obligan a estas citas semiclandestinas. Ni siquiera me imagino cual pueda ser su verdadera relación.
Pero estoy segura de que su próxima cita no será en un parque, sino en la habitación de un hotel.

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