El taquillero

Rosa y adredista 0
A Luis Morcillo le duelen las rodillas y por eso se pasa su turno de trabajo apoyando la barriga en los torniquetes del MetroSur. Pesa demasiado esa oronda panza para que los palillos que tiene por piernas no se resientan después de unos minutos de estar de pie ante la barrera, que es su corral. Lo único que le calma los dolores en las rodillas es, en realidad, la cerveza, si bien aumenta el peso de sus lorzas considerablemente, exactamente cinco litros durante las ocho horas del turno, con lo que las últimas horas se las pasa echado, más que apoyado, sobre los hierros de la barrera. En semejante estado no puede contar viajeros, que es su oficio, porque se dormiría si lo hace más de un minuto seguido o llega a las treinta ovejitas. Lo único que le distrae de sus dolores y vapores en estas horas postreras de la tarde son las excepciones. Y la mejor excepción, si no contamos a ciertas horas del día el paso de esas adolescentes entre amapola y trigo –esto se le oyó decir a Luis Morcillo en un bar, que además es poeta–, son los viajeros en silla de ruedas. Para Luis Morcillo, un cojo en silla de ruedas es una distracción más que un trabajo. En realidad, él sólo cuenta, como hace con cualquier viajero, sólo que cuenta más despacio. Ni se le ocurre ayudar a los que tienen más dificultad para introducir el billete en el torniquete, sacarlo y pasar antes de que se vuelva a cerrar la barrera. Ahí está precisamente la distracción, es muy divertido el apuro de estos individuos. Cuando un cojo le da trabajo, entonces ya no tiene gracia, como no la tiene el adolescente que se salta la barrera. Estos disgustos le obligan a mojarla, y luego pasa que la cerveza se recalca y le duelen las rodillas más todavía, un desastre. Pues ahí viene Gabriel, un traumático que necesita que le ayuden con el billete para pasar la barrera. Gabriel viaja porque tiene que ir a EcoLeganés, a hacer su programa de radio. Y va con el tiempo justo, como todos los miércoles. –Tiene usted que viajar acompañado –le grita Luis Morcillo desde su oronda baranda, dando por hecho que Gabriel también es sordo. –Pues tomo nota –contesta Gabriel, como cada miércoles. Sabe que ahora, en el siguiente ascensor, baja Carmen con su asistente, Andrés, y que ellos le ayudarán. Andrés mete el billete de Gabriel en la barrera y pasa a Gabriel. Vuelve a meter el billete, la barrera vuelve a abrirse y pasa Carmen y pasa Andrés. Luis Morcillo ha detectado hoy irregularidades en la maniobra, cosa que no ocurre siempre, por suerte. –Oiga, que usted también tiene que picar, le ordena a Andrés con malos modos. –Perdón, señor, pero yo asisto a los señores, yo no viajo. –Si quiere pasar, tiene que picar. –O sea, insiste Andrés, que la señora ha de pagar dos billetes para poder viajar. –Usted, uno, la señora, uno. –Le repito que yo no viajo, se enfada Andrés, yo estoy trabajando. –Y yo también, grita el taquillero, que ya tiene la boca seca de tanto trabajar. –Muy cierto, pero yo no bebo en horas de trabajo, es la diferencia entre su trabajo y el mío. Ya no había más que discutir. Entretanto, Gerardo había pasado la barrera a su vez tirando de Iñaki y Manuel había hecho lo propio tirando de Ana. Y Andrés no tendría que volver a picar su viaje porque Luis Morcillo se había retirado del frente. Había sido oír lo de beber y se le hizo un bolo en la garganta que tuvo que entrarle a otra lata de cerveza si no quería ahogarse. –Ya les pillaré otro día, se dijo. Lo que no podía recordar, la cerveza es lo que tiene, es que la escena se repite cada miércoles y que cada miércoles se cuelan tres de siete, los tres asistentes, como es lógico.

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