La multitud

Conchi
Aquí en el CAMF, cuando esperamos para comer a la puerta del comedor, hay demasiados que quieren entrar el primero, yo incluida, y nos pegamos para entrar, porque cada cual quiere adelantar al otro para que no se le quede el plato frío. Las cuidadoras gritan –¡Cuidado, que llevas mucha velocidad! Nos chocamos unos con otros y, a veces, hasta nos damos aposta para cobrar alguna deuda pendiente.
Como el otro día me ocurrió con Ramona Álvarez, que me dio un buen golpe en la silla. Pero, mira por donde, la vio mi madre, que la tengo todo el día aquí, haciéndome compañía, y le dijo a la Ramona: –¿Tú qué haces dándole a mi hija en la silla de ruedas? Y la otra se quedó con una cara que no sabía que decir. Desde entonces no me ha vuelto a dar.
Pues ayer una tal Lucía López, que se quiere colar y yo la chillo: –Oye, Lucía, no te cueles, porque me vas a dar en el pie. –Tranquila, tranquila que no te doy, me dice ella, y sale corriendo y me da en el pie una buena hostia. Así un día sí y otro no, porque esta Lucía siempre va a toda velocidad y nunca mira por dónde va, que parece el Correcaminos. Cómo me gustaría a mí ser el Coyote, pero un coyote de verdad, bien cabrón, para ponerle alguna trampa y que dejase de molestarme ya de una vez... Pero el pobre Coyote que soy siempre fallaba, como el otro.
Cuando por fin llego a mi mesa, a veces no me han puesto la fruta, o me ponen un yogur, que estoy de yogures hasta el pelo (por no poner hasta el culo). Y todo, porque la camarera está hablando con otra compañera y no hace ni caso. Tengo que pedirle que me ponga el pan de fibra, que es el que como yo.
Después compruebo que están las pastillas correctas, porque algunas veces ya pasó que una enfermerilla se confunde sin querer y para qué quieres más, puedes terminar en el hospital con un lavado de estómago.
Claudia, la cuidadora, me ayuda a comer, pero a veces me lo da todo tan deprisa que no me da tiempo a tragar y tengo que cerrar la boca para que no me meta una cucharada más, porque, si no, me ahogo.
Cuando termino de comer voy tan tranquila hacia la puerta. pero siempre hay alguien que viene detrás achuchando y metiendo prisa, porque se quieren fumar un cigarrito o necesitan que les cambien el pañal.
Cuando, por fin, consigo salir de entre la multitud vivita y coleando, me voy a mi habitación, que es mi vida privada, a echarme una siesta sin apreturas, sin que me moleste nadie. No, miento, me molesta mi madre, que también está aquí.

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