Cosas de hermanos

José Luis
El niño tenía ya los doce años cumplidos. Por esas fechas sorprendió a su hermano menor birlándole algo del monedero a su madre.
–Te he visto –se lo dejó claro–, pero no te preocupes, que no diré nada. Sólo tienes que hacer lo que yo te ordene a partir de ahora.
–Eres mi hermano, no estoy nada preocupado –contestó el chiquillo–, tú mandas y yo obedezco.
Desde ese día, el pequeño le seguía al hermano mayor a todas partes. La excusa era que tenía que hacer de su criado, pero sobre todo le seguía cuando el otro más deseaba estar solo. El hermano pequeño era como su sombra.
Hasta que un día consiguió lo que quería: lo sorprendió al mayor detrás de una tapia hurgando por debajo de la falda de la hija de la más beata del pueblo.
Entonces el menor lo interrumpió retador a su hermano:
–¿Sigo a tu servicio… “socio”, o renegociamos las condiciones del contrato?
El otro lo amenazó con la mano que tenía libre. El menor se alejó silbando de la tapia, pero no sin recordárselo otra vez:
–Pero no te preocupes que no diré nada, sólo tienes que cargarme la mochila lo que resta del semestre, de momento.

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