El disfraz

Laura y adredista 1
Mi casa es el CAMF, la residencia de discapacitados físicos donde vivo. Hay pocas fiestas a lo largo del año, pero son bien recibidas por todos las que van llegando y participa en ellas bastante gente.
Al Carnaval, a mí no me gusta apuntarme porque no veo bien. Además, mi silla es pesada y no consigo hacer con ella las piruetas que inventan mis compañeros mañosos. Interviene gente muy creativa que inventa curiosos disfraces y cabriolas increíbles con las sillas de ruedas. Disfruto mucho con las cosas que hacen.
Como soy un poco cotilla, las semanas anteriores paso por todos los talleres donde poco a poco se van confeccionando los disfraces. Nunca me imagino el resultado final.
El día de la fiesta no logramos conocer a la persona que hay debajo del disfraz. La sorpresa suele ser mayúscula cuando hablas con una persona que se hace pasar por otra durante un rato, descubrir el engaño produce mucha risa. Algunos cuidadores se disfrazan tan bien que no hay quien les conozca, no sólo por el traje sino porque ese día sacan una sonrisa extraña en ellos.
Es bonito que se organicen estos tinglados en la fiesta, aunque cueste tiempo y dinero. Así descubrimos que la gente no es tan seria como acostumbra habitualmente, en el trabajo. Lo ideal para mí, según mi forma de pensar, es que debían estar serios los días de disfraces y sonrientes los días de trabajo. Comprendo que no sea así, porque tienen que hacerse respetar, y con la careta puesta sólo producirían risotadas y nadie les obedecería.
Pero sería muy bonito que todos los días fueran alegres, aunque no tuviéramos puestos los disfraces.

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