Sentada del 17 de marzo de 2011

LA CRISIS DE ROSA
Rosa y adredista 0
Hace un año por estas fechas de enero recuerdo que salí de paseo, de manifestación en realidad, por el barrio. Protestábamos los compañeros porque el ascensor del metro de El Carrascal no funcionaba desde hacía muchos días. Alguien empujaba mi silla y yo cerraba los ojos y dejaba que el sol me atravesase. Es mi último recuerdo de la vida de ahí fuera. Desde aquellos días estoy atravesando otras calles menos transitadas, estoy empeñada en otras protestas. Me pasé un mes o más en el hospital en silencio, no hablaba, no quería. Con Ana, que es mi amiga e iba a darme de cenar, me comunicaba con caricias. El silencio me ha enseñado el lenguaje de las caricias. Mientras hablé, nadie me acariciaba, como si mis palabras hiciesen de barrera. Ahora que no hablo, todos los que se interesan por mí me acarician la cara, las manos, me miran fijamente a los ojos. Hasta la directora sabe ya que tengo los ojos azules. Cuando volví del hospital, hablaba algo si tenía fuerzas y si quien me requería merecía alguna respuesta: “hola” o “estoy bien” o “estoy cansada” y poco más. Que tengo hambre no necesito decirlo, pues a la hora mis asistentes me dan de comer o cenar y no necesito más nada. Pero mediante el silencio he conseguido algo mucho más importante todavía: el silencio me ha conectado también conmigo misma. Llevo un año muy bien conectada, un año de diálogo conmigo misma, de silencio, y comienzo a conocerme, soy infinita, contradictoria, y es infinita la energía que se ha organizado para hacerme lo que soy. Cuando, con mi muerte, lo devuelva todo a la naturaleza, cada quark me echará de menos y yo seguiré presente en cada vez más naturalezas. Tan concentrada estoy en mi silencio que he descubierto que me multiplico más así, callada, que hablando y hablando. Me escucháis más ahora, soy más en silencio, soy más Rosa así, más inmensa, soy todos vosotros y todos ponéis palabras en mi boca, soy el silencio. Y la verdad es que no tengo más fuerzas, perdonadme.


MUJERES
Mercedes
Las mujeres son más generosas que lo que puedan llegar a ser los hombres. Cuando van a ser madres, por ejemplo, por los hijos lo dan todo, hasta su sangre: desde que los gestan hasta que nacen.
Las mujeres siempre han tenido más espíritu de sacrificio que los hombres, ellas pueden sostener toda la carga del hogar y la familia. Los hombres, si tuvieran que hacer tanto como las mujeres se morirían en el intento.
Se dice que la mujer es sexo débil, pero las cosas infinitas las hacen siempre las mujeres.
Los hombres tienen un instinto animal, ellos van a la guerra. A las mujeres les gusta más la paz. Son románticas, más tiernas, más seguras y más responsables en todos los trabajos que desempeñan. Y son bien eficaces a la hora de resolver todos los problemas que pueda haber, se trate de letras o de ciencias.
Los hombres son más calculadores. También son más soberbios y piensan más fríamente. La mujer es más sensible, más sociable, más solidaria. En cambio el hombre es más, mucho más fuerte por su naturaleza, tiene otra constitución. Por eso puede hacer trabajos más duros que la mujer.
La mujer no puede competir en esos trabados más bruscos. Por ejemplo, nunca será mejor minera que los hombres, que bajan a la mina a picar como si nada. O suben a un andamio, las mujeres nunca serán mejores albañiles. Ni harán mejor los surcos en la tierra que los labradores, ni harán mejor las carreteras y otros trabajos bastante más duros.
Las mujeres están mejor preparadas para hacer los trabajos más pacientes. Y para trabajar en equipo o para hacer lo que nadie quiere hacer, como escribir a máquina, coser a mano, bordar o tricotar con una tricotadora o atender el teléfono. En fin...



LA VIDA MISMA
Isabel
A mí me gusta ir a Parque Sur, voy de compras y me encanta gastar. Me gusta comprar ropa bonita. Ahora estoy buscando dos pantalones vaqueros de la talla 44, que tengan goma, pero no los encuentro. También quisiera comprarme una falda vaquera con flores, y que tenga goma en la cintura. Y quisiera comprarme unos zapatos de verano. Y unas buenas botas negras de invierno, pero en una ortopedia, que me las hagan a mano.
Y me gustaría comprar dos cinturones anchos, uno de color dorado y otro de color marrón, también ancho. Y una pequeña mochila azul clara.
Y si pudiera, me compraría un piano para tocarlo, y un billar, para revivir mis glorias de Ferrol, en donde quedé campeona. Salí en la tele y en una revista.
Por escribir un cuento en Ferrol me dieron un premio, o sea, un libro de la Carmen Sarmiento que no me gustó nada.
También jugaba campeonatos de boccia y me dieron dos medallas en Cáceres: una de plata y una de bronce. Yo estaba muy contenta en aquella competición, me quedé con ganas de llevarme también la de oro. Fui como capitana del equipo de Ferrol. Pero fuimos derrotados por un equipo extremeño y otro valenciano, que decían que no sabíamos jugar. Y ellos quedaron los primeros y se llevaron las medallas de oro. Disfruté mucho con mis victorias y mis derrotas.
Mi novio también había venido a Cáceres conmigo. Vino como cuidador de un chico llamado Jesús, al que le pusieron el mote de Bichito, por la forma de sus ojos: los tenía achinados y pequeños. Usaba gafas. Estaba muy deteriorado por causa de su distrofia muscular; cada vez estaba peor, ya no tenía ni fuerzas. A Jesús no le dieron ninguna medalla.
Los que ganaron eran unos petardos. Jesús y Antonio, mi novio, salieron en televisión. Le daba tanta vergüenza a mi novio que agachaba los ojos.

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