El ciego

Víctor y adredista 0
Hubo un tiempo en que le compraba el cuponazo a Emilio todos los viernes, cuando estaba en Algüera. La ONCE no le ha puesto kiosco y Emilio vende el cupón esquinero, o sea, acera adelante y gritando eso tan viejo de los Iguales para hoy, o el Cuponazo, que es más moderno.
Emilio siempre recorre las calles arriba y abajo, y yo salía a mi puerta cuando le oía llegar. Mi hermana me daba los tres euros y le pedía el cuponazo del viernes. En casa sólo jugábamos al cuponazo. Cuando le daba tres monedas de euro, no había mucho problema, pero cualquier otra combinación le ponía en alerta al ciego. Y las monedas de cincuenta céntimos directamente le sacaban de quicio.
–¿No tenía otra cosa tu hermana?
–Son de curso legal.
No me atrevía a llevarle monedas más pequeñas, pero con el papel pasaba lo mismo, también se ponía de los nervios. Cuando eran cinco euros, te devolvía dos, regañando, y bien. Pero si el billete era de diez, siempre se le olvidaba darte cinco.
–Emilio, que aquí falta algo.
–No te pases de listo, ya me quieres tangar –gritaba el ciego para que lo oyesen bien todos, sobre todo desconocidos.
Pero le oía mi hermana y con mi hermana no se atrevía.
–Macarena, creía que Vítor me daba cinco euros, perdona la molestia.
Y cuando le pagaba con veinte, con cierta frecuencia, aún me daba tiempo a observar cómo comenzaban a brillarle los ojos de codicia antes incluso de devolverme la pasta. Y me daba la risa incluso antes de que comenzara a gritar porque yo le reclamaba los diez euros que no me devolvía.
–Eres un granuja, quieres abusar de un pobre ciego –no podía evitarlo y comenzaba a gritar.
–Tendré que llamar a mi hermana Macarena –le decía yo.
–Que venga, que venga, que ya le diré yo lo golfo que eres.
Pero salía mi hermana y se le disimulaba la codicia.
Yo estaba deseando que llegase el viernes para tenerla con Emilio. Una ves le montó la bronca incluso al alcalde. Tuvo que salir en su defensa la concejala de cultura, que no es mi hermana, lo juro. Porque no había dicho que Emilio siente debilidad por las voces femeninas en general, y de ellas sí se fía. Para el ciego de mi pueblo, sólo lo que dicen las mujeres va a misa, ni del cura se fía.

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