MaryMar
La Pepi es una persona un poco asquitos, muy escrupulosa. Le dan asco demasiadas comidas para vivir en una residencia del IMSERSO, aunque le ocurriría lo mismo si fuese a la guardería: las judías pintas, que encima la repican, o sea, los purés de color zanahoria, las espinacas verdes, tan babosas y así, las manzanas, a todas se la imagina podridas y con gusano incorporado, los zumos de plátano, que dice que saben a ropa vieja… Y si encima tiene enfrente a un tipo poco cuidadoso, ella diría sin más que es un asqueroso, uno de esos tipos que se lava poco, que lleva la ropa sucia y las uñas negras, que huele mal, entonces ya es el acabose.
Una vez coincidió en el comedor con un compañero al que Pepi llama “el hombre orquesta” y que no es, ni con mucho, el más orquesta de todos los compañeros, pero este hacía ruidos con la boca al masticar, y de vez en cuando se echaba un regüeldo, el pobre, para que no le diese el hipo, o se sonaba los mocos con estrépito, ella dice que sacaba su klinex sucio y se los restregaba. Y dice también Pepi que a veces soltaba un cuesco mientras estornudaba como un poseso, o se rascaba el culo haciendo un coro con las uñas.
La Pepi, tan fina, no podía con el hombre orquesta y le pidió a la cuidadora que la cambiasen de mesa. A la segunda vez que protestó, se llevaron a Pepi a otra mesa, lejos de los ruidos de su hombre, pero más cerca de los míos. De momento, la Pepi no critica mi masticación. De momento.
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