El coleccionista de cabezas

Fonso
Carmelo era un tipo joven, guapo, alegre, de aspecto apacible, conversación agradable y con un encanto especial para las mujeres… ¡Lástima que resultara ser un asesino en serie!
Era relativamente nuevo en el barrio pero le aceptamos, sin hacer preguntas, en el grupo de colegas que nos reuníamos por la tardes en la tasca de Casiodoro, en la zona antigua de Orihuela.
Siempre llevaba la voz cantante cuando se hablaba del otro sexo. Solía decir que las mujeres son como pañuelos de usar y tirar, que sólo sirven para hacernos pasar un buen rato. Algunos pensábamos que quería hacerse el gracioso, pero las pocas veces que sostenía nuestras miradas veíamos en sus inquietantes ojos verdes que no estaba bromeando.
Había temporadas que le perdíamos la pista. Él se justificaba diciendo que había estado cazando y para demostrar su éxito nos solía enseñar fotos de cuerpos desnudos de mujeres jóvenes, sin otra particularidad que las cabezas tapadas de algunas; cuando le hicimos notar el detalle nos dijo que las chicas habían consentido que las fotografiara a condición que no se les vieran las caras y con el aliciente de una cantidad importante de dinero.
En el juicio que siguió a su detención –que fue muy sonado en Alicante y al que no faltamos ninguno de nosotros, los del Casiodoro– se pudo demostrar, en gran parte por el testimonio de las compañeras de las víctimas, que Carmelo fue el acompañante más asiduo y el último que vieron antes de perderlas de vista para siempre.
Sus piezas solían ser jóvenes latinoamericanas solas en España que se ganaban la vida en sitios de alterne, sirviendo en la barra o compartiendo mesa con los clientes. Se dijo que Carmelo dejaba buenas propinas, y sin pedir favores a cambio, como no fuera aceptarle una invitación para dar una vuelta de vez en cuando a la salida del trabajo.
En un arcón, que por su tamaño no entraba por la puerta de la cocina de su piso de soltero (en una zona apartada y solitaria de la capital) la policía encontró tres cabezas de muchachas congeladas en bolsas de plástico, que se comprobó que correspondían a las jóvenes desaparecidas.
El resto de sus cuerpos, según confesó al tribunal sin bajar los ojos ni descomponer la sonrisa, lo había ido dejando a trozos pequeños por distintos contenedores en toda la región, de Alicante a Torrevieja.

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