Sentada del 14 de julio de 2011

EL COLECCIONISTA DE CABEZAS
Fonso
Carmelo era un tipo joven, guapo, alegre, de aspecto apacible, conversación agradable y con un encanto especial para las mujeres… ¡Lástima que resultara ser un asesino en serie!
Era relativamente nuevo en el barrio pero le aceptamos, sin hacer preguntas, en el grupo de colegas que nos reuníamos por la tardes en la tasca de Casiodoro, en la zona antigua de Orihuela.
Siempre llevaba la voz cantante cuando se hablaba del otro sexo. Solía decir que las mujeres son como pañuelos de usar y tirar, que sólo sirven para hacernos pasar un buen rato. Algunos pensábamos que quería hacerse el gracioso, pero las pocas veces que sostenía nuestras miradas veíamos en sus inquietantes ojos verdes que no estaba bromeando.
Había temporadas que le perdíamos la pista. Él se justificaba diciendo que había estado cazando y para demostrar su éxito nos solía enseñar fotos de cuerpos desnudos de mujeres jóvenes, sin otra particularidad que las cabezas tapadas de algunas; cuando le hicimos notar el detalle nos dijo que las chicas habían consentido que las fotografiara a condición que no se les vieran las caras y con el aliciente de una cantidad importante de dinero.
En el juicio que siguió a su detención –que fue muy sonado en Alicante y al que no faltamos ninguno de nosotros, los del Casiodoro– se pudo demostrar, en gran parte por el testimonio de las compañeras de las víctimas, que Carmelo fue el acompañante más asiduo y el último que vieron antes de perderlas de vista para siempre.
Sus piezas solían ser jóvenes latinoamericanas solas en España que se ganaban la vida en sitios de alterne, sirviendo en la barra o compartiendo mesa con los clientes. Se dijo que Carmelo dejaba buenas propinas, y sin pedir favores a cambio, como no fuera aceptarle una invitación para dar una vuelta de vez en cuando a la salida del trabajo.
En un arcón, que por su tamaño no entraba por la puerta de la cocina de su piso de soltero (en una zona apartada y solitaria de la capital) la policía encontró tres cabezas de muchachas congeladas en bolsas de plástico, que se comprobó que correspondían a las jóvenes desaparecidas.
El resto de sus cuerpos, según confesó al tribunal sin bajar los ojos ni descomponer la sonrisa, lo había ido dejando a trozos pequeños por distintos contenedores en toda la región, de Alicante a Torrevieja.


EL CAPULLO DE MI CUÑADO
Mercedes
(Con todo mi amor y mi cariño, al mejor cuñado que tengo... porque no tengo otro)
Hace unos treinta años que mi hermana me presentó al que iba a ser mi cuñado. Mi primera impresión: me pareció el sujeto más serio y aburrido que podría encontrar en el mundo entero. Pero poco tiempo después cambió totalmente mi opinión, porque pronto cogió confianza conmigo y perdió la vergüenza, como los niños pequeños. Fue durante unas vacaciones, que nos fuimos toda la familia a pasar unos días de descanso, un verano en la playa. Ya, allí, fue donde empezó a meterse conmigo y también a gastarme bromas. Me faltó al respeto totalmente, y sigue igual, pero yo lo quiero mucho porque muy en el fondo, pero que muy en el fondo, es buen chaval. Como decía antes, es el mejor cuñado, y único, que tengo.
Me traía aquí, al centro, al CAMF, cuando yo era medio pensionista. No tenía otro transporte, me traía en su coche. Yo vivo en Aluche y no podía venir desde mi casa hasta aquí, a la residencia. No hay otro cuñado en el mundo que haga esto por su cuñada, aunque estemos todo el día peleando. Será por eso de que los amores peleados son los más queridos. Hace todo lo que puede por mí y por mi madre, por eso yo se lo permito todo y se lo agradezco tanto.
Pues cuando estoy dormida, me tira de las orejas, se echa encima de mí y me dice: "perdóname, es que no te había visto" ¡¡¡Mentira!!! O, cuando yo llevaba el pelo más largo y me ponía unas cuantas pinzas para que no me cayese el pelo por la cara, este capullo me las ponía en las narices ¡¡¡Capullo!!!
Y así continuamente. También, en el invierno, cuando yo estoy bien abrigada con abrigo y bufanda, él me tira de ella para quitármela del cuello. Mi madre me peina, entonces va el cuñado y me despeina. Yo me lo paso muy bien así, porque le gusta mucho fastidiarme. Con él he descubierto que soy un poco masoca, es el cuñado de mi vida.
Estas vacaciones de Semana Santa fueron en abril, y hemos estado en la playa. Allí había un puesto con sillas anfibias, y también empleados por el Ayuntamiento para ayudarnos a los diversos funcionales como yo y meternos en el agua. Entre mi cuñado y el jefe del puesto, que ya tenemos amistad con él, me quisieron meter al mar con ropa y todo (los muy cabritos). Pero así y todo, esta Semana Santa me llevó a muchos sitios de visita. Estuvimos en bastantes pueblos y me encantó todo lo que vimos.
Pero lo que más me gusta de mi cuñado es que a mi hermana la quiere muchísimo y se lleva muy bien con ella.
Mi cuñado, las dos mejores cosas que ha hecho en su vida ha sido casarse con mi hermana y hacerle a mi sobrino.
Y aparte de esto, gracias a Dios, la vida pasa felizmente si hay amor.


LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Víctor y adredista 0
Yo parezco un inglés, sobre todo porque siempre me enamoro de las rubias. En Algüera no abundan, pero la rubia más guapa y más cariñosa era además amiga de mi hermana y un año solamente mayor que yo.
Se llamaba Margarita y tenía quince años cuando comenzó a redondearse. La trataba desde niña, pero de pronto se transformó en un sueño, en la mujer con la que yo comenzaba a fantasear. Y estaba allí, en casa de mi hermana y ante mi asombro cada día, pues cada día venía e verla.
En un momento, la adolescencia es así de atrevida, creí que Margarita venía en realidad a verme a mí. Era tan cariñosa y tan amable que contestaba a todas mis preguntas, que si sus profes la mandaban mucho curro a casa, que si había oído lo último de Camarón, a todo lo que se me ocurría para que la conversación no terminase nunca.
Como mi hermana siempre estaba ocupada, Margarita se venía a jugar a mi habitación. Y allí fue donde por fin me atreví con la pregunta más importante, la única que en realidad estaba deseando hacerle desde que se había convertido en mi sueño secreto.
–¿Tú me quieres, Margarita? –se lo pregunté así, sin rodeos, con mucha naturalidad, aunque me consumía la ansiedad.
Lo peor fue la respuesta. Os lo podéis imaginar. Con su cara más angelical de rubia de cine me contestó que no. Y, además, me pedía que no se lo volviese a preguntar si quería segur viéndola.
Así fue mi educación sentimental. Después de este chasco, nunca más he preguntado a una mujer si me quiere. Si a mí me hace tilín, doy por sentado que me quiere y continúo soñando.

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