Celos

Fernando
Daniel es joven. Estaba casado y tiene dos hijos. El pueblo es muy bonito. La iglesia románica les da a los paisanos como sabiduría, un algo de prudencia que sólo se aprende con la perspectiva que dan los siglos. Pero tampoco alcanza a librarlos de las pasiones más dañinas.
Todos o casi todos se juntan en el Centro Social y allí pasan la tarde de los domingos, bien charlando o jugando a las cartas, y se toman un café o una cerveza.
Daniel vivía en una casa típica de pueblo, con sus gallinas, su huerto, que le daba las hortalizas y verduras para su consumo. La vida en el campo es un poco aburrida y por eso Daniel y su esposa Magdalena tenían la costumbre de irse algún viernes por la noche al pueblo de al lado, que es cabeza de comarca, con mercado y banco, y hay mas posibilidades de diversión. Pasaban una noche de evasión, bebiendo y bailando y charlando con los amigos, cuando sus obligaciones en el campo se lo permitían.
Daniel y su esposa hacían una pareja muy bien avenida, pues lo que decía el uno le parecía bien al otro todo.
–¿Vamos al cine? –proponía Magdalena.
–¿Qué peli quieres ver? –preguntaba de inmediato Daniel, dispuesto.
Siempre tenían a alguien para dejar a los niños, generalmente los abuelos.
Hacían lo que suele decirse una pareja perfecta.
Todo iba bien entre ellos hasta que en la vida de Magdalena apareció por casualidad Ángel, un antiguo compañero de colegio que por fin había conseguido un traslado a la sucursal comarcal de su banco. Se encontraron un día en el mercado y Daniel observó que se saludaban con mucho entusiasmo.
–De niños éramos inseparables –le explicó Magdalena a Daniel, un poco asombrado por la efusividad del saludo de su mujer.
Pues desde aquel día, Magdalena ya no podía ir sola a vender al mercado lo que les sobraba del huerto, como había hecho siempre. A Daniel se lo llevaban los demonios, los celos no le dejaban vivir.
Donde antes todo era paz y armonía, a partir de este momento se convirtió en broncas y peleas. No servía de nada que Magdalena jurase que entre Ángel y ella nunca había habido otra cosa que una amistad de chiquillos.
–Éramos niños y estábamos siempre juntos, jugando, nos criamos juntos –explicaba ella.
Daniel se estaba volviendo violento, imprevisible, un peligro.
Y los malos tratos se fueron haciendo cada vez mas frecuentes. Un buen día Daniel, en uno de sus arrebatos, cogió un cuchillo y apuñalo a Magdalena, causándola la muerte.
Horrorizado por lo que acababa de hacer, se entrego en el cuartel de la guardia civil.
El pueblo se quedo muy consternado, pues Daniel y Magdalena formaban una pareja muy bien avenida. Nadie hubiera imaginado un final tan trágico. Siempre sorprenden estas realidades.

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