Manifiesto saltamontes, la crítica

Adredista 2
Cuando Marcel Proust dijo aquello de que “un buen libro puede cambiar el curso de una vida” estaba pensando en el Manifiesto Saltamontes de nuestra querida Carmen Soria Lascorz, que sus amigos presentamos hoy, en este marco incomparable de la FNAC, como primicia mundial.
Un libro que no es Lo que el viento se llevó, donde todo el mundo depende de la protagonista para que les saque las castañas del fuego, (lo contrario que nuestra Saltamontes, que depende de todos para salir adelante) y porque lo que se lee en cada una de sus 206 páginas no hay viento que se lo pueda llevar de nuestro corazón.
Algún parecido sí hay, que Escarlata O’Hara, una tarde reseca con un fondo de nubes rojizas sobre un cerro polvoriento, en actitud desafiante, la melena al viento, con un poco de la tierra roja de Tara en su puño cerrado amenazando el Cielo en un rebote importante contra Dios –porque la vida se le había puesto muy cuesta arriba– se atrevió a desafiar a la Divina Providencia diciendo aquello de: “A Dios pongo por testigo de que nunca volveré a pasar hambre”, palabras para mi muy discutibles porque nadie sabe con certeza qué va a ser de nosotros dentro de media hora… y una queja amarga y dolorosa, también, de nuestra protagonista, que acusa al Creador de no ser justo con sus criaturas, al permitir que a los malos les vaya bien y a los buenos no les salga una a derechas…
De los libros que he leído en mi vida, no recuerdo uno en que la protagonista se ponga tan de vuelta y media a cada salto de página. Si no supiera que es una bendita que lo aguanta todo, como me ha demostrado en los quince años largos que la vengo tratando en el taller de escritura de los lunes en CAMF de Leganés, en el programa de radio ECO Leganés y demás saraos literarios, pensaría que el Manifiesto está hablando de una persona muy distinta.
Es un libro, que recomiendo que leáis, en la seguridad de que no tiene una sola página con desperdicio, porque nos habla de la vida de un ser humano que desde su nacimiento ha estado luchando, con las armas de su indefensión, por ocupar un puesto en esta sociedad adversa en la que entró de cabeza, que se la apretaron demasiado con fórceps, y con malos pies, que nunca les sirvieron para andar como es debido.
La señora María, su santa madre, cuando ya le habían cortado la pierna izquierda y estaba ciega, le dijo a su hija, nuestra querida saltamontes: “Mari Carmen: no sabes hacer el juego y por eso estamos tan mal” No seré yo quien se atreva a interpretar el sentido de la frase, cuando la hija creía que su madre deliraba, pero se me ocurre pensar que quizá una carta mal jugada fue cuando, valiéndose de lágrimas engañosas y artimañas sutiles, consiguió que sus padres la sacaran del Sanatorio Marino de Górliz… Emplearé sus mismas palabras:
Había vuelto a casa, lo que había deseado durante los ocho o nueve meses de encierro. Habían tenido por fin éxito mis estrategias de boicot y les había engañado a todos. Pero ahora, otra vez en brazos de mi madre, oía sus cariños y no paraba de llorar porque intuía que me estaba equivocando, que no tenía que estar allí. Siempre he sido la contradicción en persona.
Pobre ingenua, mi mami: en casa nunca había hecho nada y continué sin hacer nada.
Tú mami, me tendrás que perdonar, porque aquello podría haber salido bien y podría haberte salvado de muchos sufrimientos, pero hice lo que me habías enseñado, o sea, nada.
Pasado el tiempo, su frase favorita era: “si yo te hubiera dejado en Górliz, profesora”.
Un capitulo, el tercero, que me ha producido una tremenda congoja y una cierta irritación contra la familia y contra mí mismo, porque me he visto retratado en cada uno de ellos: La hija que hace chantaje emocional a los padres con la tremenda fuerza de sus lágrimas; la madre que se deja vencer por su hija y por sus propios sentimientos, a sabiendas de que se está equivocando, y el padre que tiene muy claro que es un disparate sacar a la niña, “ porque la había visto reptar por el suelo como una lagartija y andar agarrada a los barrotes de las camas”, pero que cede ante la unión de las dos voluntades, que serán una piña para el resto de sus vidas.
A partir del siempre soñado Sanatorio Marino de Górliz, un Vía Crucis interminable por hospitales, residencias, gimnasios, cambios de domicilio, un no acabar de caídas, pinchazos, intervenciones quirúrgicas, conejillo de indias para experiencias quirúrgicas dolorosísimas, que la dejaban peor que antes. Y como telón de fondo, el sufrimiento de sus padres y de su hermano, sufrimiento del que ella se considera culpable, hasta el punto de repetir con demasiada frecuencia a los que la tratamos que mejor hubiera sido que la hubieran tirado por el monte Teijeto nada más nacer…
Es un libro grande porque te hace reflexionar sobre el valor de las cosas pequeñas: Cosas tan simples como levantarnos cada mañana, ir al servicio, tomar una ducha, lavarnos los dientes, disfrutar de un buen desayuno, ir a trabajar o venir al cine a Parque Sur; sentarte en un taburete para tomarte una cerveza muy fría o un café muy caliente sin usar una pajita y sin que se te caiga el líquido por encima; ir al servicio cuando lo necesites sin que otro te tenga que bajar los pantalones, y no digamos nada de ir a la playa o a la piscina o a la montaña sin ayuda de nadie y sin montar un numerito por todas partes…
Escuchemos lo que dice Carmen a este respecto:
La gente siempre nos ha mirado con cara de lastima. En la escuela, en el parque, en la playa, en la calle, en el cine o en las discotecas, es decir, en todas partes, menos en los sitios donde estamos recluidos.
Tengo la impresión de estar siempre estorbando, como si tuviera la sensación de pedir perdón por estar en este mundo.
No os podéis imaginar lo aburrido que resulta vivir desde que tienes uso de razón siempre con los mismos tipos marginados y frustrados, verlos crecer a tu lado y morir a tu lado, sin oportunidades, sin futuro, siempre lamentándose, siempre dando pena.
Pero retomemos el hilo de la crítica. Una persona a la que quiero, me dijo con los ojos empañados al terminar de leer Manifiesto saltamontes: “¡Qué vida más triste y qué pena tan grande!”
Yo pienso que ni Mari Carmen ni sus padres ni ningún ser humano a quienes la vida le ha tratado a zarpazos está dejado de las manos de Dios, que estas cosas tan terribles no tienen que pasar porque sí y que algún día se nos dará una explicación. De lo que estoy seguro es que Dios, como se ve en la película Qué bello es vivir siempre está dispuesto a mandarnos un Ángel antes de tirarnos, o de que nos tiren, por el despeñadero del monte Taijeto.
Tomaré del libro algunos de los ángeles que Dios le ha ido enviando a nuestra Carmen Soria hasta el momento: En primer lugar a sus padres que lo dieron todo por verla feliz; a su hermano Enrique aquí presente: “el hermano más paciente y cariñoso del mundo”; su prima Elvira que hizo muchas veces de hermana y de madre durante los primeros años de su vida; Amparo la fisio de Górliz “que fue su luz en el Sanatorio”; El doctor Magaz, de la Clínica San Carlos que “con su sentido común regaló un poco de esperanza a mi padre”. La profesora Carmen Cárcamo que le dijo cuando ya tenía 18 años: “¡Ay qué bien estaríamos con gente que supiera la mitad que tú”; Gloria Maribán otra profesora que la animó a que siguiera escribiendo porque aseguraba que lo hacía muy bien; María Victoria (Vicky) la asistente incansable, “una mujer que admiro, una fuerza de la naturaleza”; “Mis amigos de Alcuesca, los mejores amigos de toda mi vida: Adolfo Rulfo por ejemplo, pues no he conocido a nadie que me haya enseñado tanto a pesar de nunca haberlo tratado con la consideración que se merecía”; o Mercedes, “su alma gemela”; su directora de teatro Mayka “que si se lo hubiera pedido seguiría en el centro”; Jesús Garvín un cuidador bajito y manejable del que se enamoró nada más verlo “y que la llevaba partiéndose los riñones por esas cuestas de Dios”; el cubano Gilberto “el más macizo asistente personal que una coja pueda imaginar”; el director de la fundación Matías Herrera de Ávila: un tipo raro, serio, carca, meapilas y demás, pero que “nadie me había tomado tan en serio antes que él”; un fisio muy original Ricardo Munt de la Clínica del trabajo que nunca olvidará; “el ángel que mi mami hizo que pasara por allí, un tipo descomunal, como de dos metros de ancho y otro tanto o más de altura, que me vio caída y se ofreció a echar una mano, una pluma me pareces me dijo mientras me levantaba del suelo”; los grupos de voluntarios de Auxilia, la Frater y demás organizaciones altruistas que se partían el alma cuando la llevaban de excursión por Europa o de vacaciones con gentes de otros países o a darse un buen chapuzón en el mar, montando numeritos increíbles en los que todo el mundo arriesgaba los riñones con tal de que ella se reuniera con su gran amor, el agua… y un largo etcétera de buena gente... Sin olvidar al grupo de escritura de los lunes en el CAMF, que la queremos un montón, con Andrés Mencía a la cabeza; un señor cincuentón, casi calvo, mecenas sin dinero, albañil de las letras, constructor de historias, licenciado en filosofía y generosidad, escritor premiado pero no lo suficiente, que se dice ateo pero que se ha ganado el cielo haciendo de negro con alma blanca para sacar adelante historias como estas (como antes hizo con Ningún Rincón Prohibido, de Pilar Eva Palacios; De Vuelta a Palestina, de José Luis Roldán; o Jaula de Oro, de nuestro llorado Alfonso Gálvez Sánchez, que presentamos aquí mismo ahora hace el año… y un largo etc. que omito porque se va la tarde y ya está bien de tanto chupar micro…
Aún quedan páginas por escribir en la historia de Carmen Soria Lascorz, como nos quedan también páginas en blanco en cada una de las nuestras; solo Aquel ser justo y bondadoso, que apuesta fuerte por sus hijos, conoce el argumento de lo que va a pasar y el desenlace futuro.
Mientras tanto nos toca a los presentes seguir haciendo cosas como esta, para dar a conocer un poco más a esas personas solitarias que deambulan en sillas de ruedas por ParqueSur y que viven ignoradas en centros especiales, y para ir eliminando del diccionario palabras como discapacidad, minusvalías, subnormalidad, diversidad funcional... porque habremos conseguido hacer de este mundo un lugar más cómodo y sin tantas barreras y limitaciones.
Se puede hacer, se debe hacer, en esas estamos y un poco más nos comprometemos, porque en ello nos va nuestro propio bienestar.
¡Buenas tardes! y hacedme el favor de ser felices.

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