Camarada

Rafa
Conocía a José María, cuando él iba de la mano de la señora Laura y yo de la mano de la señora Dora, camino del parque del Esgueva, en el barrio de Leones de Castilla, en Valladolid. Nuestra amistad comenzó a tortazos, como suelen comenzar las amistades entre niños. José María daba los puñetazos más fuerte que yo, aunque era más canijo, o quizá por eso.
José Mari tendrá ahora unos 60 años, no conoció a sus padres, puesto que la señora Laura lo sacó del hospicio, donde había vivido acogido desde su nacimiento hasta los tres años. Su madre adoptiva lo había criado como si fuera su propio hijo.
La señora Laura se despidió de este mundo y del barrio cuando su hijo era aún joven. Hasta entonces, él y yo fuimos inseparables. En realidad, aún seguimos siéndolo, bueno, casi. De niños, no había tarde que no terminásemos riñendo, e incluso pegándonos, pero tampoco hubo día que no nos buscásemos. Las esquinas del barrio eran nuestro lugar de encuentro y nuestra palestra.
Pasaba el tiempo, dejamos de pegarnos y comenzamos a encontrarnos en los futbolines, en los billares, en el cine, éramos como hermanos, el hermano que ninguno de los dos tuvimos.
Él se casó al poco de morir su madre, yo también y por la misma fecha, y nuestros encuentros se fueron distanciando. Ya sólo nos veíamos en los bares alguna tarde para tomarnos un vino. Y dejamos de vernos.
Cuando caí yo enfermo, José María ni se enteró.
Estaba yo ingresado en el hospital Río Ortega de Valladolid y mi padre venía a verme todas las tardes. Un día, a la misma puerta del hospital, José María se lo encontró y no le parecía el mejor lugar para pasar el rato un antiguo conocido. Lógicamente, le preguntó quién de la familia estaba averiado.
Mi padre de contó lo mío y desde aquella misma tarde, ya nunca me faltó la visita de mi camada.
Nuestros encuentros, desde aquel nuevo primer día, se han repetido en innumerables ocasiones. Nuestra amistad se ha reforzado, ya no discutimos, nos hemos hecho muy mayores y nos queremos demasiado como para no saber aceptarnos en todo lo que somos cada cual.
La pena es que no lo he vuelto a ver desde que resido en este centro, en el CAMF de Leganés, hace ahora un año y medio.

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