Casualidad

Conchi
Julián se compró un Ford Fiesta azul en el concesionario de Delicias. Era su primer coche y lo compró a plazos, qué remedio. Lo utiliza para ir a trabajar todos los días porque el trabajo le pilla lejos. Lo cuida más que a un hijo tonto: lo lava, lo pone a punto y lo guarda siempre en garaje para que no se lo rayen. Hace un año que lo tiene y está superlimpio. El niño está que no caga, como si le faltara la vida solo con pensar que le pasa algo al coche.
Vicenta también se compró un Ford Fiesta azul en el concesionario de Delicias. Era su primer coche, se acababa de sacar el carnet hacía poco y sus padres se lo regalaron por su cumpleaños. Y lo utiliza para irse de juerga a todos los sitios. Lo aparca mal, conduce muy alocada y muy rápido y se libra de las multas poniendo una sonrisita tonta. No lo cuida: lo tiene hecho un asco, no revisa los frenos ni las ruedas ni pasa las revisiones periódicamente.
El 12 de febrero de 2010, a las siete y media de la tarde, Julián salió de trabajar y cogió su Ford Fiesta para volver a casa y sobre todo a su garaje, a recoger bajo techo a su coche. A esa misma hora, Vicenta salió con su Ford Fiesta a celebrar su cumpleaños con unas amigas. A la altura de la calle Cáceres, Vicenta se saltó el semáforo y se empotró contra la puerta del conductor del coche de Julián. Ella salió tan pichi y su coche, casi tan panchi, como si nada hubiese pasado.
–Uyuyuy –le dijo al guardia, poniendo morritos–ese coche se me ha cruzado –estaba impacientándose porque llegaba tarde a su cumpleaños.
Julián no dijo nada porque había perdido el conocimiento y, sobre todo, el coche, siniestro total.

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