Sentada del 15 de diciembre de 2011

CELOS
Peva
Antes de enamorarme salía con un grupo de amigos y me lo montaba a las mil maravillas. Era una persona con la que se podía contar para todo. Hasta hacía de canguro para que mis amigas pudieran echar una canita al aire.
Ocurrió una noche que, como tantas noches (¡si lo llego a saber me quedo en casa!), la vasca y yo quedamos en un pub donde íbamos mucho.
Tenía que ser él, un tipo al cual le faltaba la faca para ser un correcaminos, y con un pelazo negro como una noche sin luna.
Y allí me quedé yo entrelazada en su melena negra, lo mismo que una gilipollas, dando vueltas a su alrededor. Bailábamos los dos como locos, que parecíamos los caballitos de la feria.
Hasta que por el horizonte el sol salió y él, muy amable, separó de su cuerpo mis brazos y me quedé bailando sola.
Y los celos hicieron presa en mí, ya no era yo. Me han cambiado tanto que mi vida ha sido un puro tormento desde aquella noche.
Así fue como aprendí que las noches de verano son muy traicioneras. Aunque son tan bonitas cuando unos brazos ciñen tu cuerpo por la cintura que te hacen olvidar el peligro.
Ahora, en cada amanecer tengo que repetirme que aquel gilipollas ha destrozado mi vida, si es que quiero librarme de él. O sea, de su recuerdo y de los celos.




UNA LISTA
Conchi
Yo he sido siempre la protagonista en mi casa, por estar en una silla de ruedas. Siempre he hecho lo que he querido y por eso me he aprovechado de muchas circunstancias. No quería hacer lo que me mandaban en el colegio especial al que iba (porque antes no había colegios de integración). Me mandaban bordar, y el caso es que me salía bien, pero como no me gustaba, la mitad de las veces me iba a jugar al dominó con Patricio, el conserje.
Me lo pasaba muy bien porque iba muy poco a clase. La señorita Alicia me echaba porque siempre me escurría de la silla de ruedas y acababa en el suelo. Como ella no estaba dispuesta a subirme, porque no le daba la gana, me echaba de la clase. Y llamaba a mi madre para decirle que me había echado por caerme de la silla. Los cuidadores me ayudaban a sentarme bien y después me quedaba jugando al dominó con ellos, sobre todo con Patricio.
Tampoco iba al logopeda porque me parecía una tontería vocalizar con un globo. Y como nunca me obligaron a ir, (yo creo que al logopeda le daba lo mismo) convencía a los cuidadores para que me dejasen jugar al dominó con ellos.
La única clase que no me saltaba era la de matemáticas, con la señorita Argimira. Con ella aprendía muy bien porque me decía los números con cariño, como si fuesen poesías. Y siempre me hacía regalos cuando acertaba resultados, y cuando no, también, que para ella no éramos perritos.
Pues a pesar de todos mis escaqueos y mis partidas de dominó conseguí aprender a leer y a escribir, como todo el mundo.




EL MIEDO
Isabel
Comencé a tener miedo cuando caí enferma a los diez años. Me daba miedo andar y jugar y saltar a la comba o a la goma, ¡me temblaban tanto las piernas! Aún no iba en silla de ruedas.
Fue cuando un medico llamo a casa de mis padres para que fuéramos a hablar con el.
El medico se llamaba Zaragoza y era muy tonto. Porque le decía a mi padre que me llevara un cojín cuando fuera a la compra o por ahí, a la calle, y que, cuando yo me sintiera mal, que me sentara en el cojín.
Y mi padre le dijo al médico que era un gilipollas: “Usted se cree que mi hija va a ir con un cojín debajo del brazo por la calle, ni que fuera una tonta”. Yo en ese momento sentí mucha rabia y mucho miedo.
Nunca fui con un cojín porque hubiera sido peor para mis sentimientos ya heridos.
El médico también me mando unas pastillas que me daban mucho sueño. Cuando mi padre llegaba de trabajar y me veía así de dormida, se enfadaba. Y me daba en los brazos, así, para despertarme. Me decía: “Niña, despierta, que pareces una oveja modorra, siempre durmiendo”.
Yo le chillaba a mi padre y le decía que yo no era, que eran las pastillas, que esas pastillas me daban sueño. Y mi padre se echaba a llorar, me quiere mucho, y maldecía. Joder, qué historia estoy contando, me está saliendo un cuento de Navidad.

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