El extraño

Conchi
Yo soy paralítica cerebral, así que estoy acostumbrada a que la gente se sorprenda al verme sentada en mi silla de ruedas, sobre todo la gente mayor. Cuando era pequeña había quien decía al verme: “Pobrecita, está mal de la cabeza”. A mí me daba rabia y pensaba: ¿Qué tendrán que ver las piernas con la cabeza? Había quien incluso les decía a mis padres: “Más vale que se hubiera muerto y hubierais tenido otro hijo”. Y eso lo decían conmigo delante. Yo a veces me callaba y a veces les sacaba la lengua. A mis padres también les dolían esos comentarios, pero por educación nunca contestaron mal a nadie.
Sería 1988 cuando fui de viaje 15 días con la Frater a un pueblo de Burgos que se llama La Guardia. Yo iba con una monitora primeriza, Araceli, que no controlaba muy bien mi silla de ruedas manual y la gente del pueblo, que eran todos unos paletos, se acercaban a ayudarla solo para preguntarle a ver qué tenía yo. Conmigo no hablaban, sólo con Araceli.
Aún ahora, en 2012, cuando estoy en ParqueSur y a los niños les llama la atención mi silla, los padres les sujetan y no les dejan acercarse, me da la sensación de que creen que les voy a contagiar algo.

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