Traidor

Fernando
Juan ganaba mucha pasta con su constructora. Recuerda como si fuera ayer el día que le tuvo que decir a su mujer:
–Esta crisis nos va a dejar en pelotas,
–Pues mejor, tú, a ver si así follamos un poco, que es que ni me mirabas últimamente.
Esto fue al comienzo de la crisis. La constructora dejó de construir pisos, despidió a todo cristo, o casi, pero se mantuvo un primer año vendiendo mal que bien lo que estaba ya terminado. Su mujer y él no follaban más, pero no tuvieron que dejar de beber y comer y viajar de lujo, como solían.
A Juan le gustaba el vino especialmente. Y fue precisamente degustando con su mujer una botella de Antonio Moro en el Hotel Villamagna que se encontró con un viejo amigo del colegio.
–Prueba este vino, Andrés, ¿cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?
–Desde luego, por aquel tiempo no tenías para vinos de marca y restaurantes de lujo, aunque ya despuntabas en los negocios.
Y los dos amigos recordaron los primeros pasos en esto de hacer dinero, cuando en el colegio vendían a pachas cintas de casset piratas a los compañeros de curso, primero, y después a todo el instituto. Luego fue cuando Andrés contó lo de su ruina:
–He cerrado el concesionario, estoy en suspensión de pagos. Vender un coche hoy es más difícil aún que vender un piso.
–Joder –se sorprendió Juan– esta crisis nos va a dejar a todos tiesos.
–Tengo que conseguir dinero como sea, mi hijo se muere, una inmunodeficiencia que sólo tratan en Houston –el vino no había animado a Andrés.
–En mi constructora también estamos de liquidación. Tengo que reducir costos y abarcar menos para poder resistir. Necesito un hombre de confianza con contactos nuevos, algún contrato salvador, o al menos que me permita mantener la actividad. ¿Andrés, qué puedes ofrecerme en esto?
En aquella cena Juan se ganó un socio comprometido hasta las trancas con su nueva responsabilidad. Y la constructora abrió nuevas vías de negocio que permitieron a su propietario mantenerse en el mercado. Y Andrés se hizo imprescindible para Juan.
Pero las ganancias no eran suficientes para las necesidades de Andrés. Su hijo no podía esperar a que la crisis amainara y su padre mejorara los ingresos familiares.
Cuando comenzó a faltar dinero en los balances, Juan no se lo podía creer.
–Algún banco me está sangrando desde Gibraltar y no consigo dar con la fuga –confesó Juan a su mujer una mala noche.
–¿Has pensado en Andrés? –sugirió ella.
–¡Tú estás loca! ¿Por qué le tienes gato? Es un amigo, es eficiente, nos ha salvado de la ruina.
–Es un moralista, es un arrivista.
–Y tú eres una bruja.
Sin embargo, Juan no pudo menos que repasar el trabajo y las cuentas a las que tenía acceso Andrés. Y descubrió muy pronto el pastel.

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