Un quisquillas

Isabel
A Miguel no se le pueden hacer bromas, ya que cualquiera de ellas le sienta fatal, es muy quisquilloso.
Por ejemplo, yo, que soy su hermana Sara, le quiero dar un beso en la mejilla. Él me quita la cara y encima se enfada. Me echo a llorar y me dice:
–¿Por qué lloras?
–Porque siempre me rechazas.
–¡Bua!
Yo le pregunto qué significa el ¡bua¡.
–Quiere decir que eres muy pesada.
El es un viejo para la edad que tiene. No acepta ninguno de los regalos que yo le quiero hacer. Y encima, el regalo que le han traído en el centro los Reyes Magos, en lugar de dármelo a mí, se lo ha dado a una cuidadora, que le ha venido al pelo. Era una bolsa tipo mochila para guardar ropa cuando vas a alguna excursión, de color negro.
Le molesta que los demás se preocupen de él, ya que dice que puede valerse por sí mismo. En cambio, si alguna vez se cae y se hace daño, espera que los demás vayamos a ayudarle y hacerle visitas. Deja de ser el ser quisquilloso y se deja hacer.
El otro día le pregunte:
–Si yo me muriese o me pasara algo, ¿me echarías de menos?
Y me respondió que sí, mucho.
–Entonces no entiendo por qué me rechazas ahora, ya que solo quiero hacerte compañía y darte mimos.
–No me gusta que estén encima mío y que me traten como un inválido.
Y yo le digo, aunque con suavidad, que eso es un poco lo que es, un diverso funcional.
–En determinadas cosas necesitas ayuda y yo me ofrezco a ello, nada más.
Al final, aunque es muy susceptible, le entra un rayo de sentido común, y me dice que tengo razón.
A pesar de estos momentos de lucidez, en la vida cotidiana sigue siendo muy broncas.
Pues para salvar las situaciones más embarazosas, yo me dedico a hacerle cosquillas a tutiplén, ya que tiene muchas. Y él se ríe a carcajadas, moviéndose al ritmo de la risa, ¡y pelillos a la mar!

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