Por fin me hacía gracia


MaryMar y adredista 0
Estoy un poco que no estoy bien. No soy una chica vengativa, me llevo muy bien con la gente, nunca monto broncas, pero existe Emilio, que me disloca mucho. Yo no hago teatro, pero me lo encuentro cada poco a la entrada del salón de actos.
Emilio es tan simpático que no lo soporto, siempre alegre, siempre contando chistes, el último sobre Urdangarín y su ONG, que traduce Emilio “organización sinónimo de lucro”. Hasta ahí podíamos llegar, que me toque a la Monarquía.
Me puede tocar los pies, si quiere, que mira que me duelen, y me puede tocar la lotería, pero que no me toque a la Monarquía, eso yo no lo olvido.
Y todavía me contó que están retirando la publicidad del discurso del rey en Navidad. Sería otro chiste. No puedo perdonar que se ría de las desgracias de esa pobre familia, con esas pobres infantas. Estos cómicos es que no tienen vergüenza, no saben lo que es la responsabilidad. Se creen que la vida es un juego y que solo hay juerga y fútbol los fines de semana. Pues el sábado, en el teatro, mientras Emilio estaba actuando en su papel de presidiario sobre el escenario, convencí a mi madre para que me bajase por el ascensor a los camerinos, con la excusa de que tenía que buscar un disfraz. Entré en el suyo y le escondí toda su ropa de calle.
Y cómo me reí cuando lo vi salir del teatro vestido de preso, un preso de libro.
¡Delincuente! ¡Delincuente! –comencé a gritarle.
Y todas las señoras que pasaban, viéndole a él con aquella pinta y a mí con esta, cara de buena en la silla de ruedas y a mi madre agarrada a las manillas, me daban la razón:
¡Delincuente! ¡Delincuente! –gritaban todas.
Por fin sí, por fin me hacía gracia Emilio y podía reírme. Y vaya si me he reído.

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