MERECEN UNA CALLE
Rafa
No
puedo olvidar los insultos que me acompañaron siempre en mi niñez,
por tener una cabeza que se veía más que las de alfeñique que me
llamaban el Cabeza.
Quizá
sea por esta razón, por ser siempre diana de los desprecios de esos
cabezas de chorlito, que no recuerdo a otras víctimas de estas
crueldades. No recuerdo otros insultos, o mejor, a otros insultados,
pero sí recuerdo a los que nunca nunca me menospreciaron.
Uno
de ellos fue Kin, por ejemplo, que fue capaz de partirle la nariz a
un vecino que se reía de mí a la salida del portal, en la Rondilla,
por la forma mía de andar.
Kin
era así, un poco violento pero un volcán de buenos sentimientos. Lo
mismo daba que jugásemos a la peonza que a las canicas, si alguien
me ganaba tenía que ser por lo legal, o se las vería con Kin.
Lo
cierto es que yo tampoco me callaba, pero lo que es dar, no podía,
pues cualquiera me soplaba y ya estaba en el suelo. Pero me callaba
menos cuando estaba Kin. Los tipos como él, capaces de defender a
los más débiles, merecen, no ya una nota como ésta, merecen una
calle en la Rondilla, Valladolid.
CELIA
Estrella
Celia
vivía en un pueblo de Asturias, Villaverde, a unos 50 km. de Oviedo,
en Playa España. A causa de haber sufrido en su vida a malas
personas, que consiguieron destrozarle la vida, no quería vivir en
el mundo real y se refugiaba en la lectura.
Devoraba
los libros a raudales, todos los libros que caían en sus manos se
los comía. No le importaba si eran de amor, de guerra, de humor,
dramas... todos eran buenos para vivir otras vidas en vez de la suya.
Y
era muy feliz con la lectura. Los libros le hacían olvidar los
sinsabores que las malas personas le habían provocado y así podía
soñar con un mundo mejor.
Pero
el hecho de refugiarse en los libros hizo de ella todo lo contrario a
una buena persona. Se convirtió en una persona egoísta, solitaria y
arisca, que evitaba cualquier trato con la gente. No quería saber
nada de nadie, le importaban un carajo los problemas de su familia, y
mucho menos los de sus vecinos, con los cuales no quería trato de
ninguna clase.
Un
día recibió la llamada de su padre. Era para decirle que a la mamá
le había dado un infarto y la habían ingresado por urgencias en un
hospital de la capital. Y que la tenían en observación en la Unidad
de Cuidados Intensivos.
Se
trataba de su madre y Celia reaccionó al fin. Fueron momentos
realmente duros, porque se preveía un desenlace fatal.
Para
Celia y su padre no se movían las manecillas del reloj. Fueron días
de incertidumbre que se hacían interminables. Al cabo de una semana,
pasaron a la planta y pudieron estar con ella, turnándose de día y
de noche hasta que la dieron el alta a los quince días.
En
el corazón de Celia empezó a nacer un sentimiento de gratitud,
primero y sobre todo hacia todos los profesionales que intervinieron
en la recuperación de su madre: médicos, enfermeras, celadores.
Celia
se la llevó a vivir con ella a su casa, y allí, día a día con un
gran cariño y dedicación, la estuvo cuidando hasta su total
recuperación.
El
hecho de tener que cuidar a su madre y el buen trato recibido en el
Hospital la había sacado de su aislamiento. Y poco a poco se fue
despertando en ella otra vez la solidaridad y el amor a la gente, esa
gente con la que estuvo reñida durante demasiado tiempo, borrándose
y no dejando huella su antiguo odio.
BULOS
Víctor
Yo
siento que cuando hablan mal de mis amigos, me hacen daño. Más
incluso que cuando hablan mal de mí mismo a la cara –que cuando
hablan por detrás no me entero. Nadie tiene derecho a hacerme dudar
de la honestidad de la gente que quiero sin más razón que no saber
tener cerrada la boca.
Una
palabra inapropiada dicha contra cualquier persona es como mancharle
la cara o hacerle una cruz en la espalda. Así de fácil marcas a una
persona, y más si esas malas palabras se dicen entre conocidos, por
ejemplo aquí, entre los compañeros, que esto es una campana y todo
se oye.
Pensar
mal de otro, sin razón, ya es una desgracia para el que lo hace,
pues produce podredumbre en su cerebro. Pero ir pregonando esos malos
pensamientos por ahí es hacer desgraciados a muchos más, a los que
criticas, porque los hieres, y a los que te escuchan, porque los
confundes.
¿Que
por qué estoy diciendo todo esto? Porque no sé defenderme de las
calumnias y porque me hacen mucho daño esos consejos que no pido a
nadie y que los más inoportunos se atreven a soltarme. Quisiera ser
más explícito, pero no quiero hacer daño a nadie. Solo advertir
que la calumnia y las malas babas se esparcen como la paja de las
eras y llegan a todos los cuellos de todas las camisas y allí
empiezan a picar y todo el mundo comienza a rascarse.
Eso
ocurre, que nos rascamos de algo que no tenía que picarnos porque no
existe, porque es un puro bulo, nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario