Merecen una calle


Rafa
No puedo olvidar los insultos que me acompañaron siempre en mi niñez, por tener una cabeza que se veía más que las de alfeñique que me llamaban el Cabeza.
Quizá sea por esta razón, por ser siempre diana de los desprecios de esos cabezas de chorlito, que no recuerdo a otras víctimas de estas crueldades. No recuerdo otros insultos, o mejor, a otros insultados, pero sí recuerdo a los que nunca nunca me menospreciaron.
Uno de ellos fue Kin, por ejemplo, que fue capaz de partirle la nariz a un vecino que se reía de mí a la salida del portal, en la Rondilla, por la forma mía de andar.
Kin era así, un poco violento pero un volcán de buenos sentimientos. Lo mismo daba que jugásemos a la peonza que a las canicas, si alguien me ganaba tenía que ser por lo legal, o se las vería con Kin.
Lo cierto es que yo tampoco me callaba, pero lo que es dar, no podía, pues cualquiera me soplaba y ya estaba en el suelo. Pero me callaba menos cuando estaba Kin. Los tipos como él, capaces de defender a los más débiles, merecen, no ya una nota como ésta, merecen una calle en la Rondilla, Valladolid.

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