La aguja


Peva
La amistad es una emoción exquisita que hay que cuidar más que el oro negro, o sea, más que un barril de petróleo, o un pozo de ídem, quien lo tenga.
Porque la amistad es algo muy difícil de vivir. Esas personas que se llenan la boca diciendo que tienen muchos amigos están vacilando conmigo, pues eso es una pura mentira. Esas gentes confunden los grandes amigos con una clase de parásitos que te acompaña de vez en cuando en tu camino para tomar un simple café, y todavía algunos, con toda la cara, te dicen “¡Paga tú que yo no tengo hoy!” Estos arrimados son amiguetes de un día, y eso porque te has encontrado con él y te dio corte decirle que te estás meando y en este momento no puedes.
Yo me encontré por pura casualidad con el único amigo que he tenido. Un día me dije a mí misma: tienes que buscarte un buen amigo aunque solo sea para hablar con él un poco. Sabedora de la dificultad de la tarea, cogí mi silla eléctrica y me fui por ahí, de pueblo en pueblo. Buscaba como una loca esas típicas casas de campo tan raras ya hoy en día, sobre todo en los pueblos cerca de Madrid. Y cuando la encontraba me metía de cabeza en el pajar y allí buscaba, pues en estos pajares estaba mi única oportunidad. Entre la paja tendría que buscar la aguja que, igual que si fuera una varita mágica, me facilitaría al amigo.
Estuve entretenida en esta búsqueda por espacio de mucho tiempo y rebusqué día y noche con una gran paciencia. Por la noche era algo mas jodida mi tarea, por eso de la luz, pero a mi no me importaba con tal de llegar a encontrar al amigo con quien poder hablar y compartir mis andaduras cotidianas.
Rebusqué en aquellos pajares hasta la hartura y encontré de todo, lo que es de todo y de todo, pero nada que me satisficiese lo más mínimo. Y harta de buscar por pajares y pueblos diminutos, se me ocurrió volverme para Madrid. A fin de cuentas, en Madrid lo que sobra es gente y el abanico de las posibilidades de encontrar un amigo no se cerraba. Eso sí, estaba tan cansada de buscar un amigo que dejé de hacerlo.
Y fue cuando, sin yo darme cuenta, este apareció en mi mundo. Quién lo iba a decir.

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