Sentada del 8 de noviembre de 2012



TROPIEZOS
Rafa
La vida enseña muchas cosas. Por ejemplo, te enseña a desconfiar de los caminos estrechos, pero en mi caso los escarmientos me los he ido encontrando yo mismo y nunca jamás pude corregir. Me explico: yo me he caído muchas veces, y cuando digo caerme digo espanzurrarme, podéis mirar las cicatrices en mi frente, no están ahí dibujadas de adorno.
Siempre tuve una manera de andar, arrastrando los pies, que me hacía tropezar con frecuencia y terminaba en el suelo. La vida le enseña al burro a no tropezar dos veces en la misma piedra y esa era una lección que yo también aprendía. Pero mi problema fue siempre que hay demasiadas piedras para tropezar, como tabernas para el borracho.

LA AGUJA
Peva
La amistad es una emoción exquisita que hay que cuidar más que el oro negro, o sea, más que un barril de petróleo, o un pozo de ídem, quien lo tenga.
Porque la amistad es algo muy difícil de vivir. Esas personas que se llenan la boca diciendo que tienen muchos amigos están vacilando conmigo, pues eso es una pura mentira. Esas gentes confunden los grandes amigos con una clase de parásitos que te acompaña de vez en cuando en tu camino para tomar un simple café, y todavía algunos, con toda la cara, te dicen “¡Paga tú que yo no tengo hoy!” Estos arrimados son amiguetes de un día, y eso porque te has encontrado con él y te dio corte decirle que te estás meando y en este momento no puedes.
Yo me encontré por pura casualidad con el único amigo que he tenido. Un día me dije a mí misma: tienes que buscarte un buen amigo aunque solo sea para hablar con él un poco. Sabedora de la dificultad de la tarea, cogí mi silla eléctrica y me fui por ahí, de pueblo en pueblo. Buscaba como una loca esas típicas casas de campo tan raras ya hoy en día, sobre todo en los pueblos cerca de Madrid. Y cuando la encontraba me metía de cabeza en el pajar y allí buscaba, pues en estos pajares estaba mi única oportunidad. Entre la paja tendría que buscar la aguja que, igual que si fuera una varita mágica, me facilitaría al amigo.
Estuve entretenida en esta búsqueda por espacio de mucho tiempo y rebusqué día y noche con una gran paciencia. Por la noche era algo mas jodida mi tarea, por eso de la luz, pero a mi no me importaba con tal de llegar a encontrar al amigo con quien poder hablar y compartir mis andaduras cotidianas.
Rebusqué en aquellos pajares hasta la hartura y encontré de todo, lo que es de todo y de todo, pero nada que me satisficiese lo más mínimo. Y harta de buscar por pajares y pueblos diminutos, se me ocurrió volverme para Madrid. A fin de cuentas, en Madrid lo que sobra es gente y el abanico de las posibilidades de encontrar un amigo no se cerraba. Eso sí, estaba tan cansada de buscar un amigo que dejé de hacerlo.
Y fue cuando, sin yo darme cuenta, este apareció en mi mundo. Quién lo iba a decir.

LA CURIOSIDAD NO ME MATARÁ
Conchi
En uno de mis viajes por España con la COCEMFE fui a parar a Galicia, a un pueblo que se llama O Carballiño. Cogíamos castañas, que estaban por el suelo debajo de los árboles. Los monitores nos enseñaban cómo. A mí se me paraba la silla eléctrica cada dos por tres porque le fallaba la batería, y a mi madre y a los voluntarios les tocaba empujar por aquel terreno salvaje que, aunque fuéramos cuesta abajo, no era una carretera.
Cuando íbamos a la piscina o a la playa nos ayudaba la gente de la Cruz Roja, aunque los jefes les tenían prohibido a los voluntarios colaborar con nosotros, a saber por qué. Quizá porque éramos los que más lo necesitábamos, seguro.
Yo me apuntaba a todas las salidas nocturnas que se presentaban, con compañeros y con las monitoras: Pili, Chon, y Vero, a tomar cañas. O sea, ellas y ellos se tomaban whisky, cubatas y así por el estilo, y yo era la que me tomaba la caña, sólo una porque si me tomaba más se me subía a la cabeza y me bajaba de la silla, quiero decir que me caía.
Volvíamos al hotel sobre las cinco de la madrugada. Mi madre me esperaba despierta para acostarme. Y sobre las nueve me tenía que levantar obligatoriamente para irme otra vez de excursión, por ejemplo a alguna bodega a comer queso y tomar un poco de vino. Las copas de Albariño me las bebía a escondidas de mi madre.
A mi madre sí que le va a matar mi curiosidad. Que en otra ocasión me monté en un catamarán (ya sabéis, un barco que parecen dos pero que está a medio hacer y es muy pequeño) con las monitoras y mi madre para darme un paseo por el Cantábrico. Menos mal que el mar quedaba lejos y sólo fuimos una vez, porque yo me mareé, aunque aquello no iba muy deprisa ni había muchos baches, o sea, el oleaje. En semejantes condiciones se me quitaron las ganas de hablar con nadie.
Estaba deseando que terminara la travesía cuanto antes, que el mar desde la playa no es tan puñetero. Y había chiringuitos.

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