Laura
Antes
de hablar, cualquier bebé sano distingue con su mirada a sus
familiares de los extraños. Desde la cuna tiende sus brazos hacia su
madre, que es la persona que más le puede proteger. La madre se
acerca a la cuna con una sonrisa tranquilizadora, le acoge con un
gran abrazo acompañado de continuos besos y el niño se siente
feliz.
Acaba
de llegar el electricista para arreglar un problema de luz en el
cuarto de baño. La madre, después de saludarle, le dice orgullosa:
–Mire
qué niño más espabilado tengo.
El
electricista se acerca con la sana intención de acariciarle y el
niño se vuelve rápidamente hacia su madre abrazándola con fuerza y
lloriqueando un poco. La madre sorprendida se disculpa.
–Es
muy pequeñito y para él usted es un extraño.
El
electricista sigue a la madre, y al hijo en sus brazos, hasta el
cuarto de baño, saca sus herramientas y se pone manos a la obra para
descubrir y solucionar el problema.
La
madre se va a la cocina para preparar la comida y deja al niño en el
pasillo enmoquetado, pues allí está vigilado. El niño, movido por
la curiosidad de los ruidos, gatea hasta el cuarto de baño, mira al
electricista, se acerca sonriente hasta la caja de herramientas, se
queda un ratito observando, y en el momento que va a meter su manita
en la caja, el electricista deja su tarea y llama a la madre.
El
niño llora desconsoladamente mientras la madre lo coge en sus brazos
de nuevo, disculpándole.
–No
se preocupe, sólo llora porque ha extrañado su voz.
La
madre se queda ahora en el cuarto de baño hasta el fin de la tarea y
el niño en sus brazos está muy tranquilo.
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