Tete en acción


Víctor
Tete se hizo amigo mío en la escuela, durante el único curso que fui al cole en Algüera. Yo tenía quince años y Tete doce, y ya fumaba. En el recreo jugábamos al fútbol, yo le daba al balón con la muleta y Tete se peleaba con los que me ponían zancadillas, que era muy fácil y los hay muy listos.
Siempre ganábamos, los dos jugábamos de defensas, pero teníamos un delantero en nuestro equipo que era tan bueno o más que Figo, nadie le podía parar. Se llamaba Manolo y ha terminado por casarse con la hermana de Tete.
Pasó el tiempo y Tete dejó el fútbol, pero no el tabaco. Me he acordado de él porque me lo acabo de encontrar y estaba un poco pedo. El caso es que en este tiempo, desde el cole, también le cogió afición al vino, un poquito antes de comer, un poquito después, un poquito para matar la sed del camino o refrescarse y otro poquito para entrar en calor.
Para combatir las resacas se aficionó a los porros, pero no le hacían reír, sino llorar.
Cuando salía a recoger aceitunas al campo, no podía resistir el frío sin beber y no podía resistir el calor sin un porro, con lo cual ninguna cuadrilla quería trabajar con él. Y lo mismo ocurría en la vendimia o, en verano, recogiendo los tomates.
Tete se ha ido acostumbrando a vivir a cuenta de la familia y de los psiquiatras de la Seguridad Social. De la última que me enteré fue este verano, que se emparanoyó y quería quemarle el coche al hermano y al cuñado, al Manolo, su amigo de toda la vida, porque no le abrían la puerta de casa a las cuatro de la mañana. O sea, que ya están de Tete un poco saturados todos. Por fin salió de casa esa noche Manolo, otra vez, para calmarle un poco al Tete.
Manolo todavía juega al fútbol y a veces consigue que Tete le acompañe y se eche unas carreras. Pero lo que no consigue es hacerle reír como cuando éramos jóvenes y jugábamos los tres en el recreo.
Es lo que tiene la vida, que si no bebes, te mata la sed, y si bebes, te arruinas.

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