Un resentido


Rosa
Observad a ese tipo, tiene muy mal carácter y sin embargo no es un cojo. La chica de la caja se ha distraído y es cierto que le ha dado mal la vuelta del ducados. Pues para qué quieres más. Cinco céntimos han sido el error, que en realidad se le escurrieron al dejar el resto sobre el mostrador. Observad al tipo, se llama Perna, un energúmeno. La está diciendo de todo, pobre chica, como si ella fuera la responsable de que perdiera el PP las elecciones el 14M. Y todo por cinco céntimos, e insultándola delante de todo el mundo, que es lo que más le pone a este violento.
Fijaros bien en él, porque no tiene más de veinte años y ya está descontrolado, nadie lo enseñó a digerir sus frustraciones. Demasiado joven para tener un carácter tan insoportable. Está en primero de carrera y sólo es capaz de ser amable con los que no le contrarían.
Pues bien, mañana algo se va a cruzar en la vida de Perna que lo dejará tocado. ¿Curado? Para nada, estos tipos de colmillo tan retorcido se curan mal. Insisto, ni Perna era un cojo ni todos los cojos tenemos mal carácter.
La primera chica que lo rechazó, una compañera de instituto que no era tonta y supo interpretar correctamente su rictus de tristeza en el entrecejo y en la comisura izquierda, cuando le dijo que no, desató en Perna un ataque de rabia de tal calibre que lo pagaron las puertas de los servicios del instituto. Rompió tres. Con lo cual se ganó que ninguna otra chica volviese a mirarlo a la cara, no fuera a ser que Perna se hiciese ilusiones y terminase cargándose todas las puertas de los wáteres y ellas tuviesen que hacerlo cara al público.
Lo que se cruzará mañana en su vida tiene la virtud de apaciguar su mal carácter, singular cualidad para una chica, aunque sólo le calmaba momentáneamente. La chica caminaba subida en tacones muy altos, cubierta con una minifalda asombradísima y un top que desvelaba secretos más fundamentales que los ocultados. Perna comenzó a perder baba antes incluso de verla, cuando oyó los tacones, pues esa chica también sabía andar. Y aumentó su baboseo al descubrir qué cuerpo pasaba ante sus ojos y qué rotunda y abundante era su piel a la vista. No pudo dejar de mirarla y continuó tras ella hasta la cafetería de la facultad, donde la esperaban los incondicionales.
A todos tuvo que invitar Perna para conseguir que le presentasen al fenómeno. Sólo cuando se lo presentaron reparó ella en el nuevo admirador. Lo repasó desde la coronilla hasta los pies y proclamó con claridad: "No veo en ti nada interesante, nada", y le volvió la espalda y Perna dejó de existir para ella completamente. Y él se resumió en un gesto de humildad hasta terminar borrado un rato después, y desaparecido. Ningún desdén había tenido esa virtud en la vida y el carácter de Perna. Esta mujer fue la primera que desarmó su ira.
¿Estaba curado? Para nada. Perna terminó descargando su frustración al poco rato contra los troncos de los pinos de la ciudad universitaria, pero sólo ellos lo vieron gritar y llorar de rabia esta mañana. Cuando llegó al hospital Perna era otro. Porque terminó en el hospital: una mala patada al tronco de un reiteradamente castigado olmo le rompió el astrágalo del tobillo derecho. Llegó al hospital cojo y salió cojo de allí y cojo seguirá por siempre, una cojera que le recordará a Perna a diario que tiene muy mal carácter. Pero no por ser cojo.

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