La barbie ligera


Rosa
Yo soy una barbie, alta, rubia, de ojos azules y tipito. Los escritores principiantes describen así a sus heroínas, pero yo no soy una ficción. Y lo sé porque soy, además, la barbie ligera.
Ninguna barbie, ni la meona ni la barriguita ni la llorona ni ninguna, se mueve con la ligereza que yo me muevo. Porque las barbies ligeras como yo se venden con su sillita de ruedas y su amplia autonomía, a diferencia del resto de barbies, que ni saben andar ni se entrenan.
Pero ser guapa en silla de ruedas también tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, me dan lástima los que caminan porque no han descubierto la comodidad de desplazarse sentados por las aceras. Y compadezco a los que trabajan, porque ellos obedecen a un jefe. Las barbies ligeras como yo sólo tenemos que obedecer a ciento veinte cuidadores, del director para abajo.
Y compadezco sobre todo a las madres, que nunca terminan de criar a sus hijos, ni siquiera después de haber criado a los nietos.
A nosotras no nos alcanzan estas desgracias y otras muchas, como el entrenamiento para la danza, el carrito de la compra, las reuniones de vecinos en la escalera o de padres en el cole.
Eso sí, nos depilamos y usamos compresas, como todas. Quiero decir con esto que las barbies ligeras, cuando hacemos nuestro autorretrato, descubrimos que somos tan desgraciadas como las demás barbies, con la ventaja de serlo sentadas, eso sí, que no es poco.

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