Árbitro


Ramón
Vivía en Segovia, en un 5º piso sin ascensor, y de casa a la Profesional me tocaba ir andando. Habían estudiado allí tres hermanos y para mí todo era más fácil, pues tenía información anticipada de los buenos y de los malos.
En realidad, no había ninguno malo del todo, me refiero a los profes. A mí lo que me gustaba era la mecánica, montaba los motores como si fueran mis juguetes. Los motores y los partidos de baloncesto de los domingos, era con lo que más disfrutaba.
Lo mismo me tocaba alevines que infantiles que juveniles, yo arbitraba todos los partidos. Era árbitro, pero de mesa, era el que llevaba la cuenta de todo, puntos, tiempo, personales… todo. Un trabajo es esto de ser juez de mesa en un partido de baloncesto.
No había demasiadas broncas, sin embargo. La federación nos daba cursos y yo estuve varios años estudiando los reglamentos de todos los deportes, pero lo que más me gustó siempre fue el baloncesto.
Jugué poco, cuando me escogían en la Profesional porque era alto. Pero pronto me quedé muy atrás en la cosa de encestar, había que ser muy bueno para tener sitio en un equipo. Y yo sólo conseguí sitio en la mesa.
De juez de mesa estuve unos cinco años…
No me lo puedo creer, que recuerde todas estas cosas que tenía olvidadas. Me ocurre algo curioso, tengo nostalgia de mis olvidos más que de mis recuerdos.
Esto sí que es nostalgia: la tristeza del olvido. Esto sí que es un mal rollo, os lo digo yo, vaya mierda los olvidos.
Tengo que recordar más cosas de mi adolescencia.

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