Ramón
Foto: Gerardo Lazzari |
El caso es que yo, como tenía que conducir de vuelta a Segovia, no podía beber mucho, unas claras. Javi bebía algo más, pero nunca demasiado. Y solo fumábamos Ducados, o sea, que éramos lo que se conoce como unos chicos muy formales. Y además, se nos notaba.
¿Qué ocurrió? Pues que en el baile de Santa Águeda, en Zamarramala, son las mujeres las que escogen pareja y sacan a bailar. Y a Javi y a mí nos rodearon desde el primer momento las chicas buenas del lugar, las más formales, o sea, esas chicas que en una fiesta sabes a la hora que te dejarán plantado para volver a casa porque se hizo tarde según ellas.
Y fueron tantas las zamarriegas que nos echaron el ojo desde el primer momento que no podíamos abrirnos camino hacia el otro extremo del baile, donde bailaban las chicas que realmente nos gustaban, o sea, las que sabían bailar y disfrutar de la fiesta, pero sobre todo que no tenían horario de vuelta a casa.
Javi estaba desesperado, habíamos bailado con ocho o diez chicas, y a eso de las doce, con todo el mundo emparejado en el baile, nosotros dos nos habíamos quedado solos, mirando desde un rincón cómo todo el mundo se morreaba.
Si las abuelas hubieran hecho con los moros lo mismo que las nietas hicieron con nosotros, aquel día se termina
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