El baile de Santa Águeda


Ramón
Foto: Gerardo Lazzari
Teníamos 18 años y éramos felices. Javier y yo íbamos juntos con frecuencia a las fiestas de los pueblos. Aquel invierno, un sábado de febrero, decidimos acercarnos hasta Zamarramala, a las fiestas de Santa Águeda. No es que nos interesase mucho la historia, pero cuando llegamos ya habían nombrado la alcaldesa, tampoco sé cómo lo hacían.Nosotros íbamos a bailar y ningún lugar puede haber mejor que este pueblo, donde hacen fiesta del recuerdo de una juerga que se corrieron las mujeres del lugar con los soldados moros de guarnición en el Alcázar de Segovia, permitiendo así que los hombres conquistasen un castillo con los defensores distraídos.
El caso es que yo, como tenía que conducir de vuelta a Segovia, no podía beber mucho, unas claras. Javi bebía algo más, pero nunca demasiado. Y solo fumábamos Ducados, o sea, que éramos lo que se conoce como unos chicos muy formales. Y además, se nos notaba.
¿Qué ocurrió? Pues que en el baile de Santa Águeda, en Zamarramala, son las mujeres las que escogen pareja y sacan a bailar. Y a Javi y a mí nos rodearon desde el primer momento las chicas buenas del lugar, las más formales, o sea, esas chicas que en una fiesta sabes a la hora que te dejarán plantado para volver a casa porque se hizo tarde según ellas.
Y fueron tantas las zamarriegas que nos echaron el ojo desde el primer momento que no podíamos abrirnos camino hacia el otro extremo del baile, donde bailaban las chicas que realmente nos gustaban, o sea, las que sabían bailar y disfrutar de la fiesta, pero sobre todo que no tenían horario de vuelta a casa.
Javi estaba desesperado, habíamos bailado con ocho o diez chicas, y a eso de las doce, con todo el mundo emparejado en el baile, nosotros dos nos habíamos quedado solos, mirando desde un rincón cómo todo el mundo se morreaba.
Si las abuelas hubieran hecho con los moros lo mismo que las nietas hicieron con nosotros, aquel día se termina la Reconquista y ningún cristiano asalta el Alcázar.

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