Ramón

–¿Qué pasa, que los cojos no sois personas humanas como cualquier hijo de vecino?
–Casi preferiría que me explicases para qué tengo que contar –volví a insistir yo, por saber lo que estaba haciendo.
–Muy sencillo, porque yo tengo que hacer otras cosas y me distraigo si hago eso. Tú, en cambio, que estás ahí plantado toda la mañana sin hacer más que mirar y cotillear, puedes llevar la cuenta.
No contestaba a mi pregunta del por qué, pero comencé a contar. Salió y volvió a entrar una persona humana, mujer más en concreto, de administración. Entró otra y luego otra, salieron a continuación dos personas humanas en silla de ruedas. Y salieron otras dos, esta vez una en silla y la otra empujando, y entraron otras dos personas humanas, una de ellas acompañada de una persona perruna que no conté. Hasta aquí estábamos empatados e hice una cruz para no equivocar la cuenta, que amenazaba ser muy larga.
Y volví a preguntar a la conserje:
–¿Se trata de controlar que el centro no se llene o que no se vacíe? Porque es muy distinto el exceso de aforo de personas humanas que un vacío lamentable de compañía, con la soledad consiguiente. Nada que ver una realidad con la otra, como tú bien comprendes.
En ese momento ella estaba tomando nota de una lista de personas humanas que le dictaba la médica, para llamar por megafonía a su consulta, y tardó en contestarme.
–Zoquete, se trata de que te distraigas, que te pasas la mañana ahí, mano sobre mano.
¿Y qué podía decir yo ante una respuesta como esta y ante una persona humana como esta?
No dije nada. Lo único que se me ocurría era muy violento, y a mí no me gusta la violencia.
Eso sí, deje de contar y continué allí, mirando como trabajaban los otros y disfrutando yo de no hacer absolutamente nada, salvo ocupar mi lugar al sol, que tanto parecen envidiar algunas.
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