MaryMar y adredista 0
Me gusta colocarme con mi silla de ruedas de espaldas a la pared. El maestro, en la escuela, me puso de cara a la pared algunas veces y yo recuerdo aquel castigo como una muerte. Me sentía expulsada del mundo, fuera. Una vez, una cuidadora me puso también de cara a la pared. Fue en el centro de día de San José de Valderas. Decía que yo era muy mala. Me llené de rabia aquel día, me sentí derrotada.
Una pared blanca ante mí, sólo una pared ante mis ojos es un abismo más grande que el mar. Y a mí me dan vértigo los abismos. Sin embargo, con la pared a mi espalda veo el mundo tal cual es, el mundo que pasa por la calle, los pájaros volando, los niños jugando, las hojas secas a merced del viento, los árboles desnudos y los hombres y las mujeres tristes. La pared a mis espaldas me protege del abismo que, cuando estoy frente a ella, se me aparece. Es curioso esto que me pasa. Con tantos muros como hay en ella, y una ciudad puede ser un océano y un tornado y una sima y un peligro. La ciudad nos cobija y nos ha civilizado, pero también nos amenaza. Así de contradictorias son las paredes, por eso que yo prefiero la pared a mis espaldas.
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