Poder

MaryMar y adredista 7
El mismo día que nací yo, lo hizo una vecina mía, a la que pusieron por nombre Conchi. Su madre se quedó sin leche y mi propia madre nos amamantó a las dos.
Durante los primeros quince años fuimos grandes amigas. Íbamos juntas al mismo Colegio y jugábamos con los mismos niños del barrio. Muchas veces yo tenía que salir en su defensa, pues había un grupo de chiquillos revoltosos que se metían con ella.
Cuando cumplí los quince años, mi padre se quedó sin trabajo. Al cabo de unos meses encontró un puesto en Toledo y nos tuvimos que ir todos para allá. Allí estudie yo estudié enfermería, y terminé la carrera.
Al cabo de unos doce años volvimos a Madrid la familia. Encontré un trabajo como enfermera en un hospital de Alcorcón, pero dio la casualidad de que la directora era Conchi, la que había sido mi amiga durante los primero quince años de nuestra vida.
Pues en vez de alegrarme, me abrumaba la responsabilidad y sentí mucho miedo, pues no quería decepcionarla. Además, si yo hacía mal mi trabajo, la pondría en el brete de tener que despedirme, lo cual era un mal asunto para mí, pero también para ella.
Más que miedo, era terror lo que sentía. Y trataba a Conchi con excesivo respeto. No trabajaba a gusto. Me dolía el estómago, estaba siempre nerviosa, rompía cosas… y ella me echaba la bronca de vez en cuando, lo cual agravaba mi estrés.
Hasta que un día le dije a Conchi que quería hablar con ella. Me recibió en el despacho. Le recordé, nerviosa, lo amigas que habíamos sido en nuestros primeros quince años y las veces que la había protegido. Además, hasta me atrevía a restregarle un poco que éramos hermanas de leche.
–Eso tampoco se me había olvidado –me cortó Conchi y ya no me dejó hablar más, se había enfadado– Y también recuerdo que en este momento soy la directora y tú una excelente enfermera, pero ello no me hace olvidar que somos amigas, al menos así te considero yo, y que entre nosotras siempre estará la amistad por encima de cualquier otra consideración. ¿O no?
–Ahora lo veo claro, mira tú, pero es que te tenía tanto miedo que me estabas amargando la vida.
–No hay como hablar, para quitar las telarañas.
Y nos hicimos unas risas y todo cambió para mí. Conchi volvía a ser mi amiga y desapareció mi miedo.

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