El acento

Rafa
Jesús Calahorro Domínguez, un andaluz de Jerez de la Frontera, al que hace que no veo unos veintitrés años, era el mediano de tres hermanos que estaban de internos en el colegio El Salvador, de Valladolid. Jesús era compañero mío.
Él y sus hermanos estaban internos y venían de una residencia militar de Cádiz. Jesús estaba en El Salvador desde que empezó la primaria y tanto él como sus hermanos se iban a Jerez en las vacaciones de verano y en las Navidades.
Jesús estuvo de delegado de curso en segundo de bachillerato y nunca perdió el acento andaluz. El me llamaba Cano, como todo el mundo, pero yo le llamaba por su nombre.
Era un tío de lo más majete. Y su tierra, para mí, era algo tan lejano como la raya del fin del mundo, un poco como lo sigue siendo ahora. Pero nunca hablaba del tema con él, mi amigo no echaba de menos Jerez. Si no hubiera tenido ese acento tan marcado, hubiera pasado como otro castellano cualquiera.
Extraño, ese sí, nos resultaba el acento del director, el padre Bernés, que había llegado de Francia después de la Guerra Civil.

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